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Actualizado: 13 de mayo de 2025
Díselo de mi parte... yo no me atrevo. Cecilia entonces se acercó al oído de su madre y murmuró con voz apagada, llena de vergüenza: Gonzalo se alegraría de que le tratases de tú. ¿Qué dices, niña? preguntó doña Paula, poniendo la mano en la oreja. Cecilia levantó un poquito la voz, haciendo un terrible esfuerzo. Dice Gonzalo que por qué no le tratas de tú como papá.
26 Uno de los siervos del sumo sacerdote, pariente de aquel a quien Pedro había cortado la oreja, le dijo: ¿No te vi yo en el huerto con él? 27 Y negó Pedro otra vez; y luego el gallo cantó. 29 Entonces salió Pilato a ellos fuera, y dijo: ¿Qué acusación traéis contra este hombre? 30 Respondieron y le dijeron: Si éste no fuera malhechor, no te le habríamos entregado.
Diez ó doce mujeres, zambitas y zambazas, ó viejas requemadas, todas alegres, con alpargata suelta por calzado, un pañuelo de cuadros escandalosos atado á la cabeza en forma de gorro ó turbante, y un camison flaco y desairado, de zaraza ó muselina burda, con el gracioso arete de oro ó tumbago en la oreja, hicieron irrupcion por todas las escaleras del vapor, seguidas de veinte muchachos y mocetones, rollizos y tostados por el calor tropical.
A lord Gray no hay quien le saque una palabra; pero los indicios de lo que te dije aumentan. Por la criada sabemos que doña María está con una oreja alta y otra baja, y que el mismo D. Diego, con ser tan estúpido, lo ha descubierto y rabia de celos. Mañana mismo es preciso que vayas allá, aunque yo dudo mucho que la de Rumblar quiera recibirte.
Para hacerle comprender mejor que con largas explicaciones algo de lo que ocurría, sacó la inscripción, que llevaba dentro de un sobre y este envuelto en un papel. «¿Qué es eso, la inscripción? dijo el anciano riéndose más ¿Pues qué... ji ji ji... ha habido rompimiento con ese bendito?...». Y se puso la trompetilla en la oreja para coger con ella la respuesta.
Contemplólo Simoun detenidamente, lo abrió y lo cerró repetidas veces: era el mismo relicario que María Clara llevaba en la fiesta de San Diego y que en un movimiento de compasion había dado á un lazarino. Me gusta la forma, dijo Simoun, ¿cuánto quiere usted por ella? Cabesang Tales se rascó la cabeza perplejo, despues la oreja y miró á las mujeres.
El viajero que tenía enfrente era un hombre pálido, de cuarenta a cincuenta años, bigote negro y manos flacas y velludas; el que se sentaba más allá era un caballero rechoncho, de ojos grandes y saltones, con unas cortas patillas entrecanas que le bajaban poco de la oreja, fisonomía abierta y risueña, mientras el otro parecía, por la expresión recelosa y sombría de sus ojos, hombre de carácter oscuro y malhumorado.
Con la vista fija en los cartones y un grano de maíz entre los dedos, los tertulianos permanecían silenciosos y atentos, excepto nuestro señorito que á menudo se inclinaba hacia la oreja nacarada de Carmen para decirle algunas palabras.
Aquí el viejo patron de bote, con ínfulas de personaje, se daba sus aires en medio de la turba, apoyado en un remo ó canalete, y acariciando el ancho arete pendiente de su oreja derecha; miéntras que un marinero del vapor, como perteneciente á la aristocracia de los navegantes, le dispensaba su mirada de altiva protección a algún boga plebeyo, diciéndole al pasar: Jé! tú por aquí, Peiro?
No señor, me parece que no.... Espere usted, señor cura, a ver si esos... ¡A la oreja madre! ¡a la oreja madre! gritó, y la bandada de mochuelos acudió al farol delante del Ratón. Al ver al Provisor, todos, menos el Rojo, le rodearon, descubriendo la cabeza, los que tenían gorra, y le besaron la mano por turno nada pacífico. Unos se limpiaron primeramente las narices y la boca; otros no.
Palabra del Dia
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