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Actualizado: 13 de mayo de 2025
Tenía el vientre colgante, y las piernas, completamente desprovistas de carne, parecían dos bastones forrados de cuero. Tenía cara más de mono que de hombre; la cabeza, aplastada; la frente, comprimida; la nariz, chata; las mandíbulas, abultadas; las orejas, largas; los ojos, pequeños y de brillo extraño, y la boca, tan grande, que le llegaba casi desde una oreja a la otra.
Pero, con todo esto, sería bien, Sancho, que me vuelvas a curar esta oreja, que me va doliendo más de lo que es menester. Hizo Sancho lo que se le mandaba; y, viendo uno de los cabreros la herida, le dijo que no tuviese pena, que él pondría remedio con que fácilmente se sanase.
De allí a un instante cayó en medio del concurso un morillo mal andante en sus vestidos, aunque no de traza desagradable, y que llevándose con ahinco una su mano a cierta su oreja, daba a entender claramente ser aquella el asa por donde lo había empuñado, para transportarlo, la suavidad jurídica-militar del capitán Abu-el-Casín.
En tales ocasiones le tiraba de la oreja aquel amo ideal, y le decía: Entretente, si quieres, no hay en ello inconveniente por mi parte; pero no te fatigues demasiado. El infeliz muchacho, confundido por tantas bondades, se escondía en su habitación y lloraba de ternura. Pero no pudo conservar por mucho tiempo aquel cuarto tan cómodo y aseado, contiguo a las habitaciones del amo.
El tabernero contestó afirmativamente con una cabezada, sin apartar la mano de la oreja, y añadió a la contestación otro ademán y otro gesto que querían decir: «adelante».
Pero ¿usté cree que yo pienso en la muerte? continuó el Plumitas . No me arrepiento de na y sigo mi camino. Yo también tengo mis gustos y mis orgullitos, lo mismo que usté cuando lee en los papeles que estuvo muy bien en tal toro y que le dieron la oreja.
¡Pues me hace gracia! exclamó la banquera estupefacta . No diría usted lo mismo si le hubiesen robado una dehesa y arrancado una oreja con un brillante de quinientos duros...
No ha sido más que ocho días, y lo que le he dado á nadie le hace daño: agua de siete pozos distintos con un poco de sangre de oreja de gato negro y unas cagarrutas de rata... ¡María Santísima del Carmen! exclamó Antonio llevándose la mano al estómago. ¿Y yo he bebido eso?... ¡Quitadme esos platos de delante! ¡Quitadme esas copas! ¡Dejadme reventar en cualquier rincón, como un triquitraque!
Pasó un soldado con la cabeza vendada bajo el kepis y una flor en una oreja, sonriendo á una muchacha rubia que se apoyaba en su brazo y canturreando los dos.
Y, tomando algunas hojas de romero, de mucho que por allí había, las mascó y las mezcló con un poco de sal, y, aplicándoselas a la oreja, se la vendó muy bien, asegurándole que no había menester otra medicina; y así fue la verdad. Capítulo XII. De lo que contó un cabrero a los que estaban con don Quijote
Palabra del Dia
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