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Actualizado: 1 de mayo de 2025
Allí estaba sin duda el virrey Don Duarte de Meneses, a quien Morsamor quería presentarse, poniéndose a sus órdenes, aunque hubiera preferido que esto fuera llevándole algún presente y después de haber dado cima a empresas de importancia y de lucimiento.
Para poder verlo desde el sitio en que se encontraba, tuvo que aproximarse a Melchor hasta rozarlo casi con su cuerpo llevándole, por un instante, mezclado al olor a campo, la dura sensación de aquel contacto. ¿Y qué milagro?... ¿Don Melchor... le cebaré un matesito?
Recordaba perfectamente las pocas veces que de novio se había enfadado con ella y la ninguna razón que le asistía en casi todas. ¡Gertrudis tenía un genio tan apacible y un carácter tan débil! Siempre concluía por hacerla llorar. La veía el día de su matrimonio, vestida con su traje de raso negro (estaba aún de luto por su padre el marqués de Revollar), sobre el cual la blancura de su tez y el oro de sus cabellos resaltaban de un modo deslumbrador. Cierto personaje de Madrid que había asistido a la boda, le dijo llevándole a un rincón de la sala: «Elorza, se casa usted con una de las mujeres más hermosas de España; se lo digo yo, que he visto muchas en mi vida.» El mismo día se habían ido a viajar por los países extranjeros. Recordaba, como si aun la estuviese sintiendo, la impresión embriagadora, inefable, tal vez la más dulce y dichosa de la existencia, que le produjo el hallarse repentinamente a solas con su amada, cuando el cochero dio un latigazo a los caballos y oyeron los adioses de los deudos y amigos que los despedían a la puerta del palacio de Revollar. Todas las peripecias encantadoras de aquel viaje estaban clavadas en la memoria del señor de Elorza. Después, recordaba la extraña sensación de placer y sobresalto que experimentó al tener el primer hijo y la impresión deliciosamente cruel que su mujer le causó teniéndole fuertemente asido, sin querer soltarle, en aquellos momentos de angustia. Pero ¡ay!, al poco tiempo la pobre Gertrudis se puso enferma y nunca más volvió a recobrar una salud perfecta. A pesar de esto jamás se había entibiado su amor.
Adora á Dios sin que en sus ideas religiosas entre para nada tratar de profundizar ninguno de sus misterios, llevándole su misma ignorancia al fatalismo que predomina en la generalidad de los indios. Á la muerte la llaman la raya-negra, y poco ó nada hacen para contrarestar ese negro surco de sus creencias, tan luego anuncia una de sus muchas abusiones que la muerte ha de entrar en una casa.
Pero su tío, el señor Rafael, tomándole por un brazo y llevándole aparte, le dijo al oído: Hijo, no te sofoques. ¿No ves que tu suegro está borracho perdido? Estas prudentísimas palabras gozaron el privilegio de calmar instantáneamente la cólera de Frasquito. Renació la esperanza en su corazón y otra vez tornó á ver las diez mil pesetas delante de los ojos.
Viéndose tan maltrecho, creyó sin duda que estaba muerto o malferido, y, acordándose de su licor, sacó su alcuza y púsosela a la boca, y comenzó a echar licor en el estómago; mas, antes que acabase de envasar lo que a él le parecía que era bastante, llegó otra almendra y diole en la mano y en el alcuza tan de lleno que se la hizo pedazos, llevándole de camino tres o cuatro dientes y muelas de la boca, y machucándole malamente dos dedos de la mano.
La hidrofagia, que a veces amilana, a ratos también convierte al hombre en fiera, llevándole con sublime ardor a desangrarse por no quemarse. Los franceses defendían su vaso de agua, y nosotros se lo disputábamos; pero de improviso sentimos que se duplicaba el calor a nuestras espaldas.
Y estos dias pasados, los padres de la moza é los demás deudos iban al Inca llevándole la tal mujer delante de sí, vestida de ropa fina tejida de oro y plata fina, los cuales vestidos iban presos por la parte de arriba y junto al pescuezo, con cuatro alfileres de oro de á dos palmos de largo cada uno, los cuales suelen pesar dos libras de oro; y en la cabeza puesta una cinta de oro tan ancha como un dedo pulgar, que casi quiere parecer corona; é ansímesmo llevaba fajada por la cintura una faja tejida con lana fina é oro, en la cual faja iban muchas y diversas pinturas. Llevaba por cobertor otra manta pequeña, ansímismo tejida de oro y plata fina, é de diversas labores, segun su uso de vestido; llevaba calzados en los piés unos zapatos de oro segun su usanza, las ataduras de los cuales son ansímismo de oro; la cual iba muy limpia é peinada é aderezada.
Este no esperado accidente atemorizó á los demas que acompañaban á Condori, y aturdidos emprendieron una fuga precipitada, para incorporarse con los mas distantes, entre quienes llevaron el desórden: é introduciéndose entre todos la confusion, que regularmente causa la diversidad de pareceres, no pensaron mas que en la fuga, dejando en manos de los nuestros á su venerado general, que llevándole bien asegurado, siguieron á la Gran Chocalla en busca de los tres hermanos, que tuvieron igual suerte, y al sexto dia de su salida, regresaron á Tupiza con todos estos reos, llenos de satisfaccion gloriosa, y con no poco contento de algunos españoles, porque veian recuperada mucha parte de las riquezas que les habia usurpado.
Con la puesta del sol, la muerte se presenta ante la imaginación del navegante, y recuerda el humilde techo del hogar doméstico, el apacible calor de la casa, el ángel de sus amores. Ensimismado en esos tiernos recuerdos contempla la última luz del moribundo día, llevándole su fantasía á los sitios que sueña.
Palabra del Dia
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