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Actualizado: 13 de julio de 2025
Salvatierra y su discípulo, refugiándose en la cuneta, vieron pasar cuatro briosos caballos con borlajes saltones y chillonas ristras de cascabeles tirando de un coche lleno de gente. Cantaban, gritaban, palmoteaban, llenando el camino con su alegría loca, esparciendo el escándalo de la juerga sobre las llanuras muertas que aun parecían más tristes a la luz de la luna.
Los jugadores de poker habían terminado sus partidas, prudentemente, al ver invadido el salón por una banda de locos que gritaban discursos subiéndose a las mesas, ensayaban suertes de gimnasia con las sillas o se tendían en los divanes colocando los pies entre las copas.
Había ocasiones en que el fuego cesaba durante breves momentos, y entonces se percibía con toda claridad la voz de los rebeldes que gritaban: ¡Abajo la Ley Morúa! ¡Vengan para aquí, c.......! ¡al machete! y el fuego se reanudaba con la particularidad de que las tropas leales, á medida que iban disparando sus armas, avanzaban de 80 á 100 metros sobre las posiciones ocupadas por el enemigo, para lo que tenían que subir empinadas lomas, que á simple vista parecía imposible que los hombres pudieran escalarlas.
Si los braceros pedían que les diesen de comer como a seres humanos, que les dejasen fumar un cigarro más en las horas veraniegas de sol abrasador, que les aumentasen los dos reales en unos cuantos céntimos, todos gritaban desde arriba recordando La Mano Negra, afirmando que iba a resucitar.
Echáronse sobre él, le increparon, le insultaron, acorralado contra la pizarra, muda ahora; y Rocchio, como fiera a quien abren la jaula, acudió a apoyarle... La lucha estalló entonces: los sombreros rodaban por el suelo, los bastonazos llovían; todos gritaban, enzarzados unos con otros, en torno de míster Robert, impasible.
¡Asaúra!... ¡Malaje!... ¡Sosa! gritaban irónicamente los amigos, jaleándola con rítmicas palmadas. Se burlaban de su pesadez, pero admiraban con ojos de deseo la gallardía de su cuerpo. Y ella, orgullosa de su arte, tomando por elogios entusiastas estos gritos incomprensibles, seguía moviendo las caderas y elevaba los brazos como asas de ánfora en torno de su cabeza, con la mirada en alto.
En el atrio charlaban grupos de mujeres con niños de pecho raquíticos, que gritaban de frío, sin inquietar por eso a sus madres. Un automóvil de librea, llegando como exhalación, paraba sin ruido frente a la iglesia. Damas abrigadas con pieles que les ocultaban el rosado rostro, bajaban difundiendo un aire de elegancia y de riqueza. Pasaban por en medio del pobrerío.
«¡Chitón! ¡silencio!» gritaban desde dentro los del tresillo; y don Pompeyo bajaba la voz, y el corro se alejaba de los tresillistas, lleno de respeto, obedientes todos, convencidos de que aquello del juego era cosa mucho más seria que las teologías de don Pompeyo, más práctica, más respetable.
La admiración de todo el mercado la seguía a través de los puestos. ¡Así, señoreta! gritaban las vendedoras. ¡Vinga, doña Leonor! decían otras llamándola por su nombre para demostrar mayor intimidad.
¡Lo mismo digo! gritaron otras muchas voces alrededor de Simón . ¡Fuera ese artículo! ¡Abajo la comisión! ¡Orden! gritaba el presidente dando bastonazos sobre la mesa. ¡Afuera la canalla! vociferaban los señores propietarios, encarándose con la masa tabernera. ¡Abajo los tiranos! gritaban algunos caldistas desde lo último de la sala . ¡Viva el pueblo que trabaja!
Palabra del Dia
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