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Actualizado: 13 de julio de 2025


¡No me conoces!... gritaban los golfos de abultadas amenidades, tirándole del bigote, abofeteándole con un entusiasmo que enrojecía sus mejillas. ¡No me conoces!... gritaba un bebé de color de rosa, en el que Maltrana fijó su atención. ¿Pues no te he de conocer, criatura? exclamó el joven . eres Feliciana. No hay en todo el barrio otras manos como las tuyas.

Los remos se hundían y se levantaban rítmicamente; a veces los remeros daban una pasada para atrás, con el objeto de no avanzar, sin duda esquivando alguna roca. Olas como montes y nubes de espuma ocultaban, durante algún tiempo, a aquellos valientes. En la cubierta del barco encallado, dos hombres y una mujer accionaban y gritaban. El viento nos trajo sus voces.

Hay que rociar bien gritaban los jefes . Hay que dar un buen riego al bosque donde están los boches. Y las bocas del 75 regaban sin interrupción, inundando de proyectiles la remota arboleda.

Mas cosas les por mis oidos, Que un poco de su lengua ya entendia, Gritaban, daban voces, alaridos, Con su grita la tierra estremecia. Cual indio la perneta, cual fingidos Motines y ademanes, cual hacia Que cae en tierra triste y desmayado, Y en un punto veréisle levantado.

Sus servidores le gritaban de vez en cuando una palabra en el idioma del país, que él no podía entender. Le dió, sin embargo, dos significados semejantes, y estaba casi seguro de no equivocarse. Aquellos hombres querían decir «guerra» ó «revolución». Indudablemente había surgido el movimiento insurreccional que venía preparando Ra-Ra. ¿Qué sería de Popito?...

A media noche, cuando todos sentían cerrarse sus ojos e iban en busca de las hamacas y petates, verificábase el relevo de la guardia, entrando de cuarto los que habían de velar hasta que rompiese el día, y los pajes gritaban otra vez: Al cuarto, al cuarto, señores marineros de buena parte. Al cuarto, al cuarto en buena hora de la guardia del señor piloto, que ya es hora. Leva, leva, leva.

Hizo un esfuerzo supremo para alzarse del asiento y lanzarse sobre el ladrón de su honra, consiguiolo a medias, y cayó al fin de nuevo, privado de sentido, torciendo la boca. Los tertulios se habían levantado todos y acudieron al gabinete. Las señoras gritaban aterradas. Los hombres preguntaban a los de dentro lo que ocurría.

Tal vez esta riada era la definitiva. ¿Quién sabe si serían ellos los destinados a perecer con las últimas ruinas de la ciudad?... Las mujeres gritaban asustadas al ver las míseras callejuelas convertidas en acequias. ¡El pare San Bernat!... ¡Que traguen al pare San Bernat! Los hombres se miraban con inquietud. Nadie podía arreglar aquello como el glorioso patrón.

Unos caían de espaldas, como talegos repletos, y su cabeza, al encontrar las tablas de la valla, producía un eco lúgubre. Ese no se levanta gritaban en el público . Debe tener abierto el melón.

Unos le escuchaban sin hacerle caso; otros, que habían visto de lejos el exterminio realizado por el gigante ante la cárcel, gritaban venganza.

Palabra del Dia

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