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Actualizado: 13 de julio de 2025


Don Elías cruzaba la Carrera de San Jerónimo, cuando vió que hacia él venían unos cuantos hombres que reían y gritaban dando vivas á la Constitución y á Riego. Trató de evitar el encuentro, y tomó la otra acera; pero ellos pasaron también, y uno le detuvo. Eran cinco individuos, y de ellos tres, por lo menos, estaban completamente embriagados. Nuestro ya conocido Calleja les mandaba.

Las tres mujeronas que habían ido en busca de la delincuente, pasaban de la huerta al patio por la puertecilla verde, huyendo despavoridas y dando voces de pánico. Sonó en dicha puerta el estampido de un fuerte cantazo. «¡Que nos mata, que nos matagritaban las tres, recogiendo sus faldas para correr más fácilmente por la escalera arriba.

«¡Señorito, al Hotel H!..... ¡Señorito, al Hotel B!..... ¡Señorito, á la Fonda X!.....» nos gritaban los commissionnaires et facteurs, ni más ni menos que si acabásemos de llegar á París ó Londres. ¡Bien por Salamanca! exclamamos nosotros. ¡Nobleza obliga! ¡Cuando los Grandes se meten á plebeyos, deben hacer las cosas con este rumbo! No era cosa de equivocarse en punto de tamaña trascendencia.

Mis doce secretarios colocaban en las diversas mesas un millón ó dos, siguiendo mis instrucciones. «Empiece el juegoYo me paseaba como Napoleón, dando órdenes á mis mariscales. A la media hora, la caja se declaraba en quiebra y el Casino en bancarrota. «¡Se va á cerrar!», gritaban los empleados, como en una iglesia cuando termina el culto.

Los moedines gritaban en las torres de las mezquitas en son grave y acompasado, y los devotos y faquires repetían cantando las aleyas y las altacabiras, en tanto que el bullicio de la alborotada y curiosa gente se dirigía hacia la Alcazaba, en donde tenía su madriguera el misterioso Ben-Farding.

A esto añadian los soldados, incitados por Pagador, se persuadiesen era cierta la conjuracion: los unos afirmaban que el corregidor tenia prevenida una mina para volarlos repentinamente, otros gritaban que no habia que dudar, porque tenia arrimadas escaleras para asaltarlos de improviso por el corral de su casa.

Vió también ojos agrandados por la sorpresa y el dolor, bocas redondas y negras que parecían agitar los labios con un aullido. Pero no gritaban: al menos él no oía sus gritos. Había perdido la noción del tiempo. No sabía si llevaba en esta inmovilidad varias horas ó un minuto. Lo único que le molestaba era el temblor de las piernas, que se resistían á sostenerle... Algo cayó á sus espaldas.

Otro que ya está curado dijo el maestro Durand que estaba absorto pensando cómo remediar la falta de balas. ¡Municiones!... ¡municiones! gritaban muchas voces con un acento de terror. ¡Voto a tal! ¡aun cuando debiéramos cargar los cañones con grumetes, se hará fuego contra los ingleses! exclamó el maestro Durand subiendo rápidamente al puente.

Era doña Sol, que, en vez de permanecer inmóvil en el suelo, acababa de ponerse en pie y recogía su garrocha, colocándosela bravamente bajo el brazo para retar de nuevo a la fiera: una arrogancia loca, con el pensamiento puesto en los que la contemplaban; un reto a la muerte, antes que transigir con el miedo y el ridículo. Ya no gritaban tras la empalizada.

Pascuala y yo nos escondimos allí dentro, y nos sentamos en un rincón temblando de miedo. ¡Cómo gritaban! Después sentimos muchos golpes ... decían que iban á matar á uno. Nosotras nos pusimos á llorar: Pascuala se desmayó; pero yo procuré animarme, y juntas empezamos á rezar de rodillas delante de la Virgen que está allí dentro.

Palabra del Dia

godella

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