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Actualizado: 4 de noviembre de 2025


Venía toda vestida de oscuro, con largo velo a la cabeza, de suerte que, por su traje y catadura, parecía una de aquellas entre brujas y dueñas calderonianas que hace doscientos años servían para arredrar galanes, vigilar mozas y asustar chiquillos.

Luego imaginaba lo que haría, cuando fuera su esposo para apartarla de la irritada sensualidad de los que hubieran sido sus galanes: La llevaría a un país muy lejano, a alguna ínsula salvaje; o se encerraría con ella en una morada que no tuviese más abertura que el ferrado portón, para no dejarla salir sino muy de mañana a la iglesia más próxima, bajo un manto amplio y espeso que la ocultara todo el rostro y sólo dejase a los demás su sombra pasajera y arrebujada.

Además del regio alcázar, ya había entonces en Cintra no pocos palacios y quintas de particulares ricos y no faltaban hospederías donde los extranjeros pudieran albergarse. Doña Sol y algunas otras damas de palacio habían acompañado a la Reina a Cintra. Natural era que hubiesen acudido allí también los galanes que a estas damas servían. Algo me incumbe decir aquí de que me pesa por dos razones.

Y describía á la princesa ideal, sin perdonar el detalle de sus trajes, sus carrozas y los galanes que mariposeaban en torno de ella. Un día, en un sarao de la corte, cuando más llamaba la atención por su hermosura y su elegancia, danzando con el hijo de otro rey, los cortesanos lanzaron un grito de horror.

En 19 de Julio 2159 mrs. á Andrés de Hoces, de resto y á cumplimiento de 30 ducados que con él se concertó la danza de las Amazonas. Este día á Juan López Romero, 1875 mrs. de resto y á cumplimiento de 10 ducados en que con él se concertó la danza de los galanes.

Y no debía de ser feo, ni mucho menos, en aquella época. Aún ahora con su elevada estatura, la barba gris rizosa y bien cortada, los ojos animados y brillantes y el cutis sin arrugas, sería aceptado por muchas mujeres con preferencia a otros galanes sietemesinos. Tenía, lo mismo que yo, la manía de cantar o canturriar al tiempo de lavarse.

Sentados todos de nuevo en el corro, el poeta favorito de la Condesa, a quien llamaremos Arturo, dió conversación a Inesita, sin que dejasen de hablar también con ella otros galanes. Don Braulio, si bien sobresaltado ya y receloso de empezar a hacerse célebre por su mujer, habló con los señores más serios y machuchos.

Mantúvose, sin embargo, sereno, y Margarita continuó: Por curarme de las tristezas en que la ausencia de Gaspar de Valcárcel me había puesto, aunque yo, por lo que siento ahora conozca, ¡ay de ! harto bien no era amor lo que por mi ausente enamorado sentía, ni viso, ni aun sombra de ello, trajéronme mis padres, como ya he dicho, a la populosa Sevilla, ansiosos porque mis melancolías tuviesen término en un nuevo amor; que yo era muchacha, y a la juventud no hay que pedirla reflexión ni firmeza; que no hay firmeza sin reflexión, y las jóvenes plantas que cuando dejan de ser halagadas por el dulce céfiro se doblegan mustias, otras céfiros las alientan y reviven; y céfiro es para la mujer el primer amor que apenas si su inocente alma conmueve; amor de la inocencia, que en nada se parece a este otro amor de la vida, que por vos, señor de mi alma, me abrasa y me devora, y de tal manera, que me parece que no es mía la vida que vivo, sino que en vuestra vida aliento, y en medio de vuestras propias entrañas, y que en mis entrañas os siento; pues, como decía, aunque mis padres tenían una tal cual hacienda, por la que en el pueblo por ricos eran tenidos y respetados, y como ricos vivían, no era esta hacienda cosa bastante para sufragar los dispendios a que les obligaban las galas y las joyas con que para llevarme a las principales casas, de Sevilla necesitaban ataviarme y prenderme; y como mis melancolías y pesadumbres no cesaban, y llamaban hermosura al pobre parecer mío los galanes de la populosa y regocijada Sevilla, y con pretensiones me asediaban, sin que yo de mis melancolías y negro humor me curase, esforzábanse mis padres, y acrecían sus dispendios, y hasta llegaron a poner gran casa donde pudiesen tener lugar saraos y representaciones de pasos y comedias; que así los tristes, que por no tener más hija que yo, en sus ojos y su alma y todo el amor de su corazón habían puesto, creían dar alegría a mis tristezas, alivio a mis pesares, y ponerme más y más en ocasión de que algún gentil y joven caballero de se enamorase, y fuese tal que yo no pudiese menos de amarle; pero esto no acontecía; que para los hombres eran como si no los hubiese, y en vez de agradarme me martirizaban con sus solicitudes, y mis tristezas y mi desabrimiento aumentaban; y en balde dábanme música, y en balde escribíanme versos en que me comparaban con el sol, con la luna y con las estrellas, con el cielo y con la tierra, con las praderas y las selvas, con las flores y los céfiros; yo no leía estas composiciones, sino que, desdeñándolas, las rompía o las quemaba; y si yo las guardara, bien hubieran podido hacerse con ellas dos o tres gruesos libros infolio.

Pedro Valdivieso refería que el mismo don Felipe acababa de traer a su hijo, en nombre de Su Majestad, el nombramiento de Regidor. Cuatro lacayos entraron en la sala con ocho candelabros encendidos y un momento después llegaba el dueño de casa con algunos señores. Doncellas y galanes se levantaron.

Tiburcio la satisfizo diciéndole: Esos dos galanes, que van como cautivos al lado de las damas, son Pedro Carvallo y Ramón de Acevedo, valientes soldados de fortuna ambos, que han vuelto de la India con más oro que pesan.

Palabra del Dia

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