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Actualizado: 4 de julio de 2025
Tan atestados tenía los oídos de lisonjas, tan repetido llegó a ser el tema amoroso con que la asediaron galanes de todas las imaginables cataduras, que ya consideraba el caso como una rutina obligada en los usos de la buena sociedad; le sonaban aquellos arrullos como un ruido más de los ruidos del mundo, y pasaban con éstos sobre ella como el aire sobre las rocas.
La sultana de la Andalucía se entregaba al sueño debajo de su espléndido dosel de estrellas. Dentro de su recinto, no obstante, velaba siempre el amor. Hasta el amanecer podían verse en sus estrechas y misteriosas encrucijadas algunos galanes que, como yo, yacían inmóviles, con la frente pegada a alguna reja.
Ya sabemos que Dorotea era la hermosa de moda; es decir, la comedianta que por orgullo enriquecía el duque de Lerma, la niña de los grandes ojos azules y del seno de nácar, que enloquecía á los galanes de Madrid; la reina de las entretenidas, como diría un francés de nuestros días; la tentación viviente y continua del corral de la Pacheca, aquella á quien si por comedianta excelente hubiera aplaudido siempre el público, aplaudía con frenesí, por inimitable comedianta y por incomparable en hermosura.
Á la hora en que llegaréis, galanes, la romería estará muy cerca de deshacerse: las hermosas zagalas buscarán ya con la vista á sus parientes para reunirse á ellos y tomar el camino de su casa. No importa. Hoy no es día de festejar á las rapazas. Marchaban fieros y graves, el rostro contraído, la mirada fija.
Era ya nuestro joven considerado como amante oficial de Clementina, cuando aún no la había rozado con los labios la punta de los dedos ni soñaba con ello. Sin embargo, el amor iba haciendo tales progresos en su pecho que temía caer el día menos pensado de rodillas ante ella como los galanes de comedia.
El sol se había puesto, caía la tarde; paseaban por las calles galanes y soldados, haciendo señuelos a sus enamoradas; los menestrales dejaban sus trabajos, y se iban cerrando comercios y tiendas. En aquellos tiempos se trabajaba de día y se descansaba y se dormía de noche, salvos los rondadores y la gente maleante, que lo hacían al revés.
Todos los pisos bajos son tiendas, apenas hay rejas. ¿Cómo se las arreglarían ahora aquellos galanes? ¡Qué cosas se les ocurrirían a Villamediana y a Quevedo, viendo este Madrid, que tiene la Plaza de Oriente al Norte, la estatua de la Comedia delante del teatro italiano, y aquí en la Plaza de la Constitución la estatua de un rey absoluto! ¡Cuánto disparate!... Pero, ¿no vendrá esa chiquilla? ¿Se estarán burlando de mí?
Agradablemente pasaron, pues, la velada, y fueron de los que más gozaron en ella, sin perdonar los fuegos con los que la velada terminó, y que estuvieron espléndidos. Los galanes, ya cerca de la una, acompañaron a ambas Juanas hasta la puerta de su casa. Cada mochuelo a su olivo, como suele decirse.
Tenía la actriz lindo palmito y gracia natural, con lo que, como era de suponer, andaban por ella muchos galanes bebiendo los vientos y haciendo no pocas locuras, algunas de las cuales fueron bastantes ruidosas, dado que á la comedianta no le desagradaban las aventuras.
Algunos galanes, de calzón corto de pana y chaqueta verde o amarilla, platicaban con ellas desde abajo, con la montera terciada sobre una oreja para más presumir. Algún que otro borracho matutino excitaba la risa de la gente que andaba cerca con sus groseras ocurrencias.
Palabra del Dia
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