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Actualizado: 8 de mayo de 2025


Cuando la comprendieron, los unos echaron a correr llevados de un compasivo horror; los otros rompieron a llorar con ese clamor intenso, sonoro, dolorido, que indica en ellos la intuición de las grandes desdichas. Aquello no era una travesura; era algo más. Aquello de que estaba manchado Zarapicos no era el almagre de que se pintaban alguna vez para jugar; era sangre, ¡sangre!

Levantó melancólicamente la cabeza el señorito L'Ambert, y contestole con acento dolorido: Doctor, ¿perderé la nariz? No, señor, no la perderéis. ¡Válgame Dios, caballero! ¿cómo podríais perderla de nuevo, si la habéis perdido ya? Y mientras se expresaba de esta suerte, vertía el agua de Brocchieri sobre una compresa. ¡Cielos! exclamó de repente, tengo una idea, caballero.

Descuella en el grupo una figura que con los ojos clavados en el astro de la noche, y con ademan dolorido y suplicante, diríase que le cuenta sus penas, y le conjura que le auxilio en tremenda cuita.

Pensando en que esto podría suceder muy bien, sacaba en claro Cervantes, que él quedaría el único dolorido y el único desesperado; que al perder la esperanza de gozar a doña Guiomar, y cuanto para él doña Guiomar valía, había conocido cuánto la amaba, y cuán con exclusión de toda otra mujer.

Julio Solino cuenta una costumbre De aquellos hiperbóreos tan nombrados; Empero estos carecen de la lumbre De : aquestos, dice, que cansados De vivir, y teniendo pesadumbre De ver tardar la muerte, muy untados Con cierta uncion, habiendo bien comido, Pecando así, se dan fin dolorido.

Entérase del suceso el señor de la torre, que no había salido de casa en ese mismo tiempo por no hacer falta fuera de ella; lánzase de un brinco al corral; toma el camino del pueblo, volando, más que pisando, sobre la espesa capa de nieve que le tapiza y emblanquece, como al lugar como al valle entero y como a todos los montes circunvecinos; llega, golpea con su garrote las puertas, cerradas por miedo a la glacial intemperie; ábrense al fin una a una; pregunta, indaga, averigua, estremécese, indígnase, amonesta, increpa, amenaza donde no halla las voluntades a su gusto; y, por último, endereza a garrotazos las más torcidas, hasta conseguir lo que va buscando: media docena de hombres que le acompañen al invernal en que debe hallarse, bloqueado por la nieve, si no muerto de hambre o devorado por los lobos, su infeliz convecino, que, contando volver a la mañana siguiente, no había llevado otras provisiones de boca que un pan de cuatro libras; hace buen acopio de ellas; exhorta a los seis que le rodean poco resueltos; anímanse y se enardecen al cabo, porque son buenos y caritativos en el fondo; emprenden la marcha los siete monte arriba, monte arriba; y anda, anda, anda, cuando llegan a trasponer las cumbres de Palombera, sienten dolorido el pecho, como si el aire que aspiran llevara consigo millones de puntas aceradas, y una torpeza y un quebranto en las rodillas, cual si fueran losas de plomo los «barajones» que arrastran sus pies; confórtanse un poco con un trago de aguardiente que beben «a la riola»; y anda, anda sin cesar, a veces se ven envueltos en remolinos de nieve cernida, desmenuzada y sutil, que les impide hasta la respiración y que, por fortuna, pasan como una nubecilla más de las que se ciernen y vagan errabundas sobre la montaña; el mismo señor de la torre, de complexión de hierro y que camina siempre delante, nota que le va faltando su indomable fortaleza; que los miembros se le entumecen, que no puede modular una sílaba con sus labios contraídos por la frialdad, que están yertas, insensibles sus manos amoratadas; empieza a temer algo serio, y no por él, seguramente, y salta, brinca, se frota, se golpea, grita y aúlla como un salvaje... todo menos vacilar y detenerse, ni dejar un instante en reposo un músculo ni una fibra de su cuerpo; y luego canta y se chancea mientras anda, para alentar y dar ejemplo a los que van a sus órdenes y le siguen en el silencio absoluto, aterrador, de aquellas alturas solitarias e inclementes.

Así hacías llegar hasta mi oido la voz del desaliento envenenado, eco perpétuo en la conciencia mia; y yo triste, temblando, dolorido, escuchaba ese grito desgarrado, que el alma en mil pedazos me partia. Yo recordaba el tiempo venturoso en que todo en mi sér hallaba un eco, que avaro el corazon guardaba ansioso.

Pero ahora los tenía ante sus ojos; podía verlos de cerca.... No eran muchos: un destacamento de infantería y unas cuantas parejas de hulanos iban á escoltar á los deportados hasta otra estación algo lejana. Un jefe único vigilaba desde lo alto de su caballo los preparativos de marcha de este rebaño dolorido: un militar pálido y de una delgadez ascética.

Su tez se puso pálida como la cera, y él mismo sorprendiose de su incesante suspirar y de aquella honda congoja de su pecho, todo dolorido de amor y de ansia. Algunas mañanas íbase a ballestear palomas a lo largo del vallado que separaba las dos heredades.

El hombre cortó la ligadura y abrió el pantalón con su cuchillo: el bajo vientre desbordó hinchado, con grandes manchas lívidas y terriblemente dolorido. El hombre pensó que no podría jamás llegar él solo a Tacurú-Pucú, y se decidió a pedir ayuda a su compadre Alves, aunque hacía mucho tiempo que estaban disgustados.

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