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A todo esto, flotaba en el aire el nombre de «don Lope» pronunciado por muchas bocas; y con ello y lo que yo sabía por la historia de los descalabros de don Román en su pueblo, narrada minuciosamente por mi tío varias veces, di por conocido el personaje; y no me equivoqué, pues a los pocos momentos me lo trajo de la mano el señor Pérez de la Llosía y me dijo presentándole: Mi mejor amigo y el más noble convecino mío de Coteruco, don Lope del Robledal.

Para hacérmela aún más placentera, refirió Neluco algunos rasgos de aquel hombre singular, y entre ellos el siguiente, que le pintaba de pies a cabeza. En cierta ocasión se le ocurrió a un convecino suyo, que ya no era mozo, ir a mirar un poco por el ganado que tenía en el invernal, distante de Provedaño una jornada de medio día, a un buen andar por los altos montes, cara al Este.

Pidiéndola nombres de aquellos valientes y caritativos convecinos, citóme el primero a don Sabas, que no faltaba nunca a esas llamadas, por considerarse necesario como cualquier otro para atender al negocio de la vida del socorrido, y único en su parroquia para el negocio del alma, si llegaba a tiempo y desgraciadamente no alcanzaba ya para otra cosa; después me nombró al médico, que no cabía en su casa en cuanto sabía que estaba algún convecino en la apurada situación de Pepazos; luego a Chisco, uno de los hombres más arrojados, más fuertes y más entendidos para aquella casta de faenas; y después de nombrarme a otras personas que no me eran tan estimadas, por haberlas tratado menos, cerró la cuenta con Pito Salces, mozo capaz de los imposibles, siempre que hubiera a su lado quien le impidiera hacer una barbaridad; y tres perros de buena nariz, uno de ellos Canelo.

El verdadero observador comprendería, no obstante, al oírlos disertar en las tertulias de las tiendas y en los corrillos de la calle, que sólo el amor, acaso demasiado ardiente, a la justicia les obligaba a minorar los méritos de su convecino y renunciar de este modo generosamente a la parte de gloria que en ellos pudiera refluir por este concepto. El matrimonio de Granate causó profundo estupor.

Venga el ganao y venga ello gordo, que lo demás importa dos bisanes. No, pus lo que es gordo, por decir gordo, ya viene gordo añade otro convecino que no tiene la mayor facilidad para expresar lo poquísimo que se le alcanza. No digo yo otro tanto le replica un espectador de enfrente; ahí va la mi Leona, que paez que la han chupao las brujas.

Se trata de un sport local que no me interesa gran cosa. Faltas de otro entretenimiento, las gentes esperan aquí cinco, diez o quince años el regreso de algún convecino viajero para preguntarle quiénes son. Quieren ver si uno ha conservado la memoria durante sus viajes, y, si el tabaco, por ejemplo, se la ha estropeado a uno, entonces le consideran a uno un hombre terriblemente orgulloso.

La mujer, que come una manzana y tras de cada bocado que le tira se rasca la cabeza por debajo de la muselina, es la costilla de Antón Perales. El otro personaje, más viejo que todos los demás, y que observa el cuadro, taciturno y reflexivo, es convecino del comprador: llámase tío Juan de la Llosa, y asiste, á la sazón, en calidad de perito. Sus títulos al efecto están en toda regla.

Ni rastros quedaban allí de la gente que yo iba buscando. Pregunté por ella á un antiguo convecino, y me dió estas noticias solas: Al año de marcharse el Tuerto, que aún andaba en la Armada, murió de viejo su padre, el tío Bolina; y la viuda de éste, seis meses después, de soledad ... y también de vieja. Entonces recogió la sardinera sus hijos, y desapareció con ellos de la casa y de la calle.