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Actualizado: 7 de junio de 2025
No me he de morir yo de esa enfermedad dijo Momo, soltando una carcajada de grueso calibre. Mira, hijo prosiguió la tía María , yo no me fío mucho del correo, por más que digan que es seguro.
-No os conozco, amigo -respondió don Quijote-, ni sé quién sois, si vos no me lo decís. -Yo, señor don Quijote -respondió el correo-, soy Tosilos, el lacayo del duque mi señor, que no quise pelear con vuestra merced sobre el casamiento de la hija de doña Rodríguez.
Que Dios te proteja y que a mí no me abandone.» Cerró la carta y lo mismo que las otras la guardó en el bolsillo para enviarlas al correo en la oportuna ocasión. Hizo después pedazos la que había dirigido al juez y sacó otro cigarro y de nuevo se puso a pasear, esta vez no con calma aparente sino bien verdadera.
Se dio por enterada Nieves con un movimiento de cabeza sin volver la cara, y salió de la estancia. Su padre salió también, pero con rumbo opuesto, y se encerró en su despacho, en el cual escribió una muy extensa carta, que mandó más tarde al correo, con sobre dirigido «Al Sr. D. Claudio Fuertes y León, comandante retirado, en Villavieja». El ojo de Bermúdez Peleches
Pues, claro. Y si fuese campanero, el de verdad, vamos don Pedro... ¡ay Dios! entonces no se hablaba más que con el Obispo y el señor Roque el mayoral del correo.
A estas razones respondió con éstas disparatadas Sancho, que, hablando con Merlín, le preguntó: -Dígame vuesa merced, señor Merlín: cuando llegó aquí el diablo correo y dio a mi amo un recado del señor Montesinos, mandándole de su parte que le esperase aquí, porque venía a dar orden de que la señora doña Dulcinea del Toboso se desencantase, y hasta agora no hemos visto a Montesinos, ni a sus semejas.
Partióse el correo, vióle embarcar Zadig, y se volvió á palacio, donde sin ver á nadie, y creyendo que estaba en su aposento, pronunció el nombre de amor. Si, el amor, dixo el rey; de eso justamente se trata, y habeis adivinado la causa de mi pena. ¡Qué grande hombre sois! Espero que me enseñeis á conocer una muger firme, como me habeis hecho hallar un tesorero desinteresado.
Por eso tomaba vuelo; por eso daba largas al asunto... por eso, valga la verdad, le temblaban las piernas cada vez que se decía: «Hoy mismo llamo aparte al tío y le digo...». ¡Pero si no sabía lo que había de decirle siquiera! Una tarde llegó el cartero con dos cartas del correo interior.
A la mañana del siguiente día, dedicado a descansar del viaje, recibió Pérez la tarjeta de un tal «Jacinto Luque, redactor de El Correo de las Niñas». E hizo entrar al visitante...
Todo esto lo vimos, apiñados en el umbral detrás del conductor y del correo. ¡Hola! ¿Dónde está Magdalena? dijo Yuba-Bill, al misterioso solitario. Aquella figura no habló ni se movió. El cochero se acercó furiosamente a ella, dirigiendo sobre su rostro el ojo de la linterna que llevaba en la mano.
Palabra del Dia
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