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Actualizado: 7 de julio de 2025
Recogí las cartas en el correo, y en la primera que leí mi madre me decía que la abuela había muerto. Era conveniente que fuese a Lúzaro, para arreglar las cuestiones de la herencia. Tenía tanto deseo de ver tierra, que rechacé la proposición de un compañero que quería llevarme en su barco hasta Bilbao, y tomé la diligencia para Madrid.
Desde ayer no he dejado la portería de la casa del señor Bobart. Francisco, que es mi amigo, me instaló en un rincón de su cuarto y allí he esperado los acontecimientos. Nada ocurría; ningún suceso, ninguna agitación. El señor Bobart se retiró ayer á las diez. Esta mañana no salió. La distribución del correo nada había indicado.
Su figura se aproximaba a las sillas de posta antiguas, que todavía hacen el servicio del correo en Madrid desde la Central a las Estaciones. Lo llamaban la Góndola y el Familiar y con otros apodos. Al Magistral se le hizo un poco de sitio, entre Ripamilán y Anita, con palabra solemne de dejarle en el Espolón, donde él tenía que buscar a cierta persona. Le secuestramos había dicho Obdulia....
Aquel día visitamos la cascada de Queureiels y la de Vernière. Enrique se aproximó con frecuencia a Cecilia, que daba siempre el brazo a su esposo o a su madre, y cuando hablaba se dirigía a mí. Por la noche leyó al general los periódicos, le despachó el correo oficial y estuvo escuchando, con una atención digna de mejor suerte, dos largas disertaciones de la Vizcondesa.
Sí, sí, bien... Pues bueno; esta mañana, lo ha visto medio Vetusta, al ir Mesía a tomar el tren de Madrid, el correo, el que sube... ¿estás? se encontró con esa ministra, que es muy guapa por cierto, en medio del andén. ¡Figúrate!
Con no volver más a Sarrió estaba concluído; y si volvía ya procuraría no encontrársela de frente. Al fin la escribió. Túvola guardada en el cajón de su mesa varios días. La idea de echarla al correo le aterraba. Para decidirse a ello, necesitó beberse unas copitas de ron.
Y como don Simón no tenía mucho tiempo que perder, se fué a su despacho, desprendiéndose a duras penas de su mujer, que no se cansaba de preguntarle cómos y cuándos, y se puso a escribir al encargado de su casa de comercio, ordenándole que, a vuelta de correo, le librase cuantos fondos tuviera disponibles y le dijera con qué otros podría contar y en qué fechas.
Pensaba, pues, que la paloma, paraninfo del amor, que por tan raro caso puso en mis manos el billete, podría haber hecho vuelo para otro amante, y que yo, desgraciadamente afortunado, habría interceptado el inocente correo y sorprendido un secreto tan amorosamente interesante.
En 15 de Septiembre se pregonó la obra de carpintería para el techo de la sala Capitular. Acudieron presentando trazas Juan Fernández, Guillermo, Francisco de Herrera, Luís de Villafranca y Pedro Izquierdo. En 6 de Julio de este año, Hernán Arias de Saavedra renunció el oficio de Correo Mayor en don Pedro Afan de Ribera Marqués de Tarifa.
El enfermo se incorporó en su lecho, y con cierta exaltación dijo al prestamista: «Amigo, ¿cree usted que mi tía, la que está en Puerto Rico, ha de dejarme en esta situación cuando se entere? Ya estoy viendo la letra de cuatrocientos ó quinientos pesos que me ha de mandar. Le escribí por el correo pasado. Como no te mande tu tía quinientos puñales pensó Torquemada.
Palabra del Dia
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