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Actualizado: 7 de septiembre de 2025
Esperaba, acaso, en un arrepentimiento causado por la inquietud; pero había escogido el peor de los medios para atraer á Roussel, que no replicó; hizo una inclinación de cabeza; abrió la puerta á su prima y cuando la vió en la escalera, volvió á entrar en su casa, encendió de nuevo la pipa y continuó la lectura del correo de la tarde.
Correo soy de seguro. Para correo habéis nacido. Por mi mala estrella; que los portes pueden ser tales, que de buena voluntad se perdonen. Sois hombre afortunado. Decidme, ¿dónde está mi fortuna, ya que habéis dado con ella? ¿Pues qué, no os amo yo? ¡Si se muriera uno! Dadle por muerto. Pero id, id, don Francisco, que creo que importa más de lo que pensamos. Adiós, pues, señora mía.
Pero ¿qué había de hacer, si estaba enamorado? ¿Quién me quitará la gloria de haber sido amado de ella? Ella me ha amado; ella me ama todavía. ¿De qué voy a arrepentirme? ¿Quién, por temor de perder el bien, se lamenta de haberle logrado?» Tal era la carta que escribió don Braulio, que cerró cuidadosamente y que certificó para que no se perdiera, antes de confiarla al correo.
A media tarde recibió el correo don Alejandro; y en el correo, nueva carta de su sobrino Nacho, fechada la víspera en la ciudad. Debía llevar en ella, por su cuenta, dos días y medio. ¿Le anunciaría ya la salida para Peleches?... ¡Pues en temple estaba el horno para aquella clase de rosquillas! ¡Canástoles, qué lío! Leyó la carta, que era breve, y se le cayó de las manos convulsas.
Pero en vez de él llegó a vueltas de correo la lacónica carta siguiente: «Cuando tú te casas, tu esposa debe ser un prodigio. Me alegro de tu resolución, porque el matrimonio te dará una vida nueva. Quiera Dios que seas más feliz que yo lo he sido.
Y he alargado la mano perplejo, temeroso. ¡Y no era nada! Es decir, sí que era algo; pero era algo grato, era algo jovial y sano. He aquí lo que decía el telegrama: «Llego mañana en el correo.» Verdaderamente, esto no traspasa los límites de una frase vulgar; pudiéramos decir que no sugiere nada agradable. ¡Pero es que este telegrama lo firma Sarrió! ¿Sarrió va a llegar mañana en el correo?
Lo que importa es que el niño quiera saber. Y si la carta está bien escrita, la publicaremos en nuestro correo con la firma al pie, para que se sepa que es niño que vale. Los niños saben más de lo que parece, y si les dijeran que escribiesen lo que saben, muy buenas cosas que escribirían.
¿Sabe usted cuándo sale el correo? preguntó friamente S. E. cuando el alto empleado hubo acabado de hablar. El alto empleado le miró fijamente, despues bajó la cabeza y en silencio dejó el palacio. En el jardin encontró su coche que le esperaba.
Su hermana Amparo le había escrito desde Burdeos... ¡ay!, muy dolorida por la enfermedad de D. Francisco... «Dice que desde que lo supo no piensa en otra cosa». Le encargaba que inmediatamente fuese a visitar a los señores, se enterase de cómo seguía el enfermo, y se lo escribiera a correo vuelto.
Resuelta estaba Poldy a no volver a ver a Isidoro: pero no había previsto otra cosa y no había formado sobre ella plan ni propósito. A los pocos días de haberse negado ya por completo y para siempre a ver a Isidoro, Poldy recibió por el correo una carta suya. Tal vez, sin reconocer la letra, abrió la carta, tal vez reconoció la letra del sobre y sin embargo le rompió.
Palabra del Dia
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