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Actualizado: 19 de junio de 2025


Abrazóla el filósofo, lloró con ella, puesto que filósofo; y la dama, despues de haberse desmayado, se fué á consolar con un petimetre. Partiéronse nuestros dos curiosos, y saltáron primero al anulo que encontráron muy aplastado, como lo ha adivinado un ilustre habitante de nuestro glóbulo; y desde allí anduviéron de luna en luna.

Adriana, sin duda, había hecho una de las suyas, se había burlado de Julio. La sospecha se le hizo certidumbre; recordó que también él había regresado una vez a su casa así, abrumado, aplastado por uno de aquellos fríos desaires con que ella acostumbraba a contradecir la hechicería de su dulzura. No era, pues, la única víctima. Experimentaba, pensando esto, un alivio para todos sus celos.

No quiero seguir narrándoos mis desdichas, ¡oh lectores! porque temo conmoveros demasiado. En pocas palabras os diré que, por ese maldito bridge, perdí mi novia, mi posición y hasta mi nombre. La desgracia es como una bola de nieve. Ha caído sobre y me ha aplastado como a vil gusano. Hoy soy un pobre náufrago sin rumbo ni salvación posible.

Agitábase ya Lucía en su asiento, y echando abajo el chal escocés e incorporándose, se frotaba asombrada los ojos con los nudillos, a la manera de las criaturas soñolientas. Tenía revuelto y aplastado el pelo, y muy encendido el lado del rostro sobre que reposara; una trenza suelta le descendía por el hombro, y, destrenzándose por la punta, ondeaba en tres mechones.

Al remover los pedruscos se encontraron varios cadáveres: hombres desfigurados, con las piernas rotas y el cráneo aplastado; un pinche casi intacto, con la cara sonriente, conservando aún en su mano un tanque de agua. Eran los que se hallaban fuera del socavón en el instante del desprendimiento.

Sobre el pecho, aplastado por un corsé monjil que parecía de hierro, brillaba la triple cadena de oro de enormes eslabones. Por debajo del pañuelo que cubría su cabeza colgaba una gruesa trenza con remate de cintas. Sobre el poyo, sirviendo de tapiz a unas rotundidades que parecían voluminosas como globos por el enorme bulto de las faldas, estaba el abrigais, la prenda femenil de invierno.

Cuando yo me veo así separado de toda dicha por un mar sin orillas; cuando me siento aplastado, anonadado por la desesperación; cuando observo cómo todas mis facultades se degradan y se irritan en este estado de convulsión y de dolor; cuando intento calcular hasta qué punto ligeras modificaciones de circunstancias o de temperamento pueden influir sobre nuestras más graves resoluciones, y cuando reflexiono sobre tantos desgraciados de sensibilidad ardiente que el cielo ha arrojado entre las contrariedades y las luchas de la vida, me extraño menos de contar un tan gran número de reputaciones escritas con sangre, y me indigno de los juicios insensatos de la multitud.

Pero, aun así, el día en que Graven murió, aplastado por la caída del andamiaje de un pozo de petróleo, su desconsolado camarada Foster, que era su albacea testamentario, se encontró, al hacer el balance, con que la única hija de su amigo representaba para el que se casase con ella unos sesenta millones de dólares.

Junto a este hermoso ejemplar de la burguesía próximo a la decadencia, Andresito Cuadros, el hijo del dueño de Las Tres Rosas, aparecía empequeñecido y aplastado, con la delgadez amarillenta de un crecimiento rápido y ese aire aviejado de todos los hijos únicos, a quienes las atenciones exageradas de sus padres no dejan robustecerse.

Rafael quedó aplastado por la réplica; no se atrevía a protestar. Vamos, Rafael continuó cariñosamente la artista no sea usted niño ni pretenda turbarme con esas mentirillas semejantes a las que se usan para engañar a la mamá. Yo por qué ha venido aquí. ¿Cree usted que no le han visto desde este mismo balcón rondando la casa todas las tardes, apostándose en el camino como un espía?

Palabra del Dia

lanterna

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