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Actualizado: 7 de julio de 2025


Mantúvose, sin embargo, sereno, y Margarita continuó: Por curarme de las tristezas en que la ausencia de Gaspar de Valcárcel me había puesto, aunque yo, por lo que siento ahora conozca, ¡ay de ! harto bien no era amor lo que por mi ausente enamorado sentía, ni viso, ni aun sombra de ello, trajéronme mis padres, como ya he dicho, a la populosa Sevilla, ansiosos porque mis melancolías tuviesen término en un nuevo amor; que yo era muchacha, y a la juventud no hay que pedirla reflexión ni firmeza; que no hay firmeza sin reflexión, y las jóvenes plantas que cuando dejan de ser halagadas por el dulce céfiro se doblegan mustias, otras céfiros las alientan y reviven; y céfiro es para la mujer el primer amor que apenas si su inocente alma conmueve; amor de la inocencia, que en nada se parece a este otro amor de la vida, que por vos, señor de mi alma, me abrasa y me devora, y de tal manera, que me parece que no es mía la vida que vivo, sino que en vuestra vida aliento, y en medio de vuestras propias entrañas, y que en mis entrañas os siento; pues, como decía, aunque mis padres tenían una tal cual hacienda, por la que en el pueblo por ricos eran tenidos y respetados, y como ricos vivían, no era esta hacienda cosa bastante para sufragar los dispendios a que les obligaban las galas y las joyas con que para llevarme a las principales casas, de Sevilla necesitaban ataviarme y prenderme; y como mis melancolías y pesadumbres no cesaban, y llamaban hermosura al pobre parecer mío los galanes de la populosa y regocijada Sevilla, y con pretensiones me asediaban, sin que yo de mis melancolías y negro humor me curase, esforzábanse mis padres, y acrecían sus dispendios, y hasta llegaron a poner gran casa donde pudiesen tener lugar saraos y representaciones de pasos y comedias; que así los tristes, que por no tener más hija que yo, en sus ojos y su alma y todo el amor de su corazón habían puesto, creían dar alegría a mis tristezas, alivio a mis pesares, y ponerme más y más en ocasión de que algún gentil y joven caballero de se enamorase, y fuese tal que yo no pudiese menos de amarle; pero esto no acontecía; que para los hombres eran como si no los hubiese, y en vez de agradarme me martirizaban con sus solicitudes, y mis tristezas y mi desabrimiento aumentaban; y en balde dábanme música, y en balde escribíanme versos en que me comparaban con el sol, con la luna y con las estrellas, con el cielo y con la tierra, con las praderas y las selvas, con las flores y los céfiros; yo no leía estas composiciones, sino que, desdeñándolas, las rompía o las quemaba; y si yo las guardara, bien hubieran podido hacerse con ellas dos o tres gruesos libros infolio.

No me retengas exclamé, y en nombre del Cielo, por lo más sagrado, no me hables nunca de lo que has visto. Siguiome hasta el patio empeñado en hablarme. ¡Calla! le dije, y escapé. Luego que estuve en mi habitación y pude reflexionar tuve un acceso de vergüenza, de desesperación y de locura amorosa que no fue parte a consolarme pero me alivió.

Las mulas llevaban a lomo el espléndido equipaje de Urbási, abundancia de víveres, cuanto se requiere para desplegar tiendas en el campo y otros objetos útiles a la comodidad y regalo de los ilustres viajeros y al alivio de sus fatigas.

Queriendo hacer algo, se quitó los guantes é intentó lavar los platos; pero inmediatamente volvió á ponérselos temiendo que el agua fría perjudicase la finura de sus dedos y el brillo de sus uñas. Precisamente, en los momentos de desesperación por su nueva existencia, lo único que le proporcionaba cierto alivio era contemplar melancólicamente sus manos.

La viuda se estuvo un momento callada, pero la comezón era demasiado fuerte y, no pudiendo resistirla por completo, se alivió primero en voz baja a modo de soliloquio y fue levantando el tono insensiblemente hasta acabar por una interpelación mal disfrazada.

Siguiendo la costumbre general de aquella época, observada hasta por los principales magnates del imperio, como por ejemplo el duque de Lerma, entró en una hermandad religiosa; pero no por esto se alivió en nada su suerte. El poeta, ya anciano, debió resignarse de nuevo, y buscó un consuelo á la ingratitud de los hombres consagrándose en la soledad al cultivo de su amada poesía.

En realidad, encontrábase todavía bajo la influencia de la impresión primera, que era para los dos la de un inmenso alivio, porque Beatriz no tenía ya sobre su pecho aquella pesadumbre de verse acusada y condenada por el hombre que era para ella todo en el mundo, y Pierrepont, por su parte, a quien el aparente desdén de Beatriz había tan profundamente lastimado en su sensibilidad, y, justo es decirlo, también en su orgullo, no sentía tampoco sus heridas desde el momento que se sabía amado.

¿Pero de dónde ha sacado ella ese dinero? dijo la otra. Lo tenía hace mucho tiempo contestó Lázaro, procurando, mientras las Porreñas se ocupaban del oro, prestar algún alivio á la pobre enferma.

Cuando fue a Niza y no la encontró allí, sintió casi un alivio. Y al verla otra vez en Ouchy, al principio del verano, tembló.

Una vez arrojada la insignia fatal, dió Ester un largo y profundo suspiro con el que su espíritu se libró de la vergüenza y angustia que la habían oprimido. ¡Oh exquisito alivio! No había conocido su verdadero peso hasta que se sintió libre de él.

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