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Actualizado: 7 de julio de 2025
Silencio lúgubre, no interrumpido por ruido alguno, reinaba en la casa. Parecía que todos dormían: él tan sólo velaba sin duda; y saliendo al corredor, donde le causaba algún alivio el aire fresco de la noche, se paseó allí mucho tiempo. Dieron las nueve, las diez, las once.
Navarro gritó: ¡Intruso! y al punto su cabeza y sus brazos desaparecieron entre las sábanas. Era aquel el movimiento final de su enfado y su manera genuina de romper con el mando. Desde aquel día, si halló alivio en su enfermedad, declinó más por la pendiente de la locura, y tales disparates hizo, que el Virrey le absolvió en definitiva como indigno del patíbulo.
Por primera vez conseguía llorar, y esto pareció darle cierto alivio. La presencia del piloto le devolvía á la vida; se aglomeraron en su memoria los olvidados recuerdos de negocios y viajes. Tòni resucitaba todas las energías del pasado; era como si el Mare nostrum viniese en busca de él. Sintió vergüenza y remordimiento.
Al cuarto se alivió algo, y lo primero que pidió fue que llamasen a Susana; mas parapetadas las monjas en que el reglamento prohibía a las educandas entrar en la enfermería, negaron el favor.
Este, si para caballerías era malo, para coches perverso; pero a pesar de los fuertes tumbos y arcadas, apretamos el paso, y hasta que no perdimos de vista el pueblo, no se alivió algún tanto el martirio de nuestros cuerpos. Aquel viaje me gustaba extraordinariamente, porque a los chicos toda novedad les trastorna el juicio.
Lea mi Meditación sobre el dinero como quien lee un libro de cocina cuando tiene hambre, y hallará en mi Meditación algún consuelo y alivio.
Ella miró a Lázaro como quien, sin confesar su pena, implora alivio a su dolor, y él, juntas y caídas las manos que sujetaban el libro, se abismó en la contemplación de aquella mujer que mendigaba un apoyo o un consejo del único ser que no podía dárselo, y a quien era crueldad exigírselo.
Fue aquel para la de Raynal un período de alivio y de calma.
»A mi vez me arrojé sobre la tumba, y repetí su plegaria, no con su voz grave y resignada, sino con el llanto y los sollozos de mi desesperación y mi dolor. »¡Oh, Antonia! ¡Qué alivio tan grande me proporcionó aquella explosión de mi pena!
Con angustiosas convulsiones lo arrojaba todo fuera y se contenía el delirar, y ¡sentía un alivio...! Su mamá había saltado del lecho para acudir a socorrerla. Isabelita oía claramente, ya despierta, la cariñosa voz que le decía: «Ya pasó, alma mía; eso no es nada».
Palabra del Dia
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