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EVARISTA, DON URBANO, sentados junto a la mesa despachando asuntos; BALBINA, que sirve a la señora una taza de caldo. Ya lo sabes. Que nos parece bien el plano y presupuesto, y que ya nos entenderemos con el contratista. EVARISTA. No importa. Aún nos sobra dinero para la continuación del Socorro. BALBINA. Ya vigilo, señora. Este juego de la señorita Electra creo yo que no trae malicia.

Como quien tras una pesadilla recobra el sentido de la realidad, se le fue borrando del pensamiento la melancolía; tornó a cuidar de su persona, vigiló el jardín cuyas flores escogía para su cuarto, y por fin, una noche, después de haber estado tocando un rato el piano, por distraer a su padre, se arrojó en sus brazos, deshecha en lágrimas, diciéndole sólo estas palabras: ¡Perdóname, porque nunca me separaré de ti!

Acompañábales el maestro hasta la plazoleta del molino, que era una estrella de caminos y sendas, y allí deshacíase la formación en pequeños grupos, alejándose hacia distintos puntos de la vega. ¡Ojo, señores míos, que yo les vigilo! gritaba don Joaquín como última advertencia . Cuidado con robar fruta, hacer pedreas ó saltar acequias.

Vigiló mucho el labrador, presintiendo una emboscada; pero de nada le sirvió su cautela, pues una tarde en que regresaba solo á su casa, cuando aún no había terminado la roturación de sus nuevos campos, le largaron dos escopetazos, sin que viese al agresor, y salió milagrosamente ileso del puñado de postas que pasó junto á sus orejas. En los caminos no se veía á nadie. Ni una huella reciente.

Si recibe cartas y billetes de tanto pretendiente, es por pasar el rato y tener un motivo más de risa y fiesta. EVARISTA. ¿Pero cómo llegan a casa...? BALBINA. ¿Las cartas de esos barbilindos? Aún no lo . Pero yo vigilo a Patros, que me parece... EVARISTA. Mucho cuidado y entérame de lo que descubras... BALBINA. Descuide la señora.

Vigiló más atento. Acercábanse al soto de Rendas, situado antes del crucero; desde allí el arbolado se espesaba, y se dificultaba la precaución. Orillaron el soto, llegaron al pie del santo símbolo y se internaron en el camino más agrio y estrecho, sin ver nada que justificase temores. En la espesura oyeron el golpe reiterado del hacha y el ¡ham! de los leñadores, que rareaban los castaños.

Alicia vigiló cómo estos cirios eran encendidos y colocados en un candelabro frente á la Virgen. Luego se arrodilló, permaneciendo rígida sobre sus rótulas. Transcurrió el tiempo. Miguel la veía igual á las dos mujeres del pueblo: una masa negra inmovilizada por el rezo y la súplica.

Observó, vigiló, espió los pasos de su familia con astucia sorprendente. Trascurrieron varios días sin que pudiese ejecutar su resolución, en forma que no se descubriese. Al cabo cierto domingo, hallándose apostado en uno de los portales de la calle Mayor, vio salir a las criadas de su hija con el pequeño Mario. Siguiolas de lejos hasta el Retiro.

Llevó piedras, como siempre, de la orilla del mar á la escollera, y vigiló el hervor de su caldero para no verse robado como en la noche que le visitó Popito. Conocía ahora á los hombres bigotudos, que parecían ejercer sobre sus camaradas la superioridad arrogante y cruel del matón. Con uno de ellos, el más alto y musculoso, se permitió una broma digna de su fuerza.