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Julián precipitó el Gloria Patri para decirle en tono cortés: Hola.... ¿Se viene usted con nosotros por fin hasta Cebre? , señor contestó Primitivo, cuyo semblante recordaba más que nunca el de una estatua de fundición . Dejo dispuesto en Rendas, y voy a ver si de aquí a Cebre sale algo que tumbar....

Algunos de ellos se metieron valientemente en el agua, y dos se quisieron subir en la ballenera; Arraitz le dió a uno tal golpe en la cabeza con la culata del rifle, que los sesos saltaron por el aire. El otro huyó. Los de la orilla siguieron disparando. Ya no nos hicieron ninguna baja; en cambio, nosotros tuvimos el gusto de tumbar una docena lo menos de aquellos sarnosos.

¡Ay, no, no dijo ella con su melodiosa vocecita ; eso es paja!... Dame uno más fuerte, Gorito... Y mientras Gorito le daba un veguero, capaz de tumbar de espaldas a un sargento de caballería, y lo encendía ella pulcramente con una prosaica cerilla, le dijo la duquesa: ¡Pero vamos, mujer... cuenta, cuenta!...

Se trataba del señorito de Ulloa, de su habilidad para tumbar perdices, y sin que Julián adivinase la causa, se pasó inmediatamente a hablar de Sabel, a quien todos habían visto por la mañana en el corro de baile; se encomió su palmito, y al mismo tiempo se dirigieron a Julián señas y guiños, como si la conversación se relacionase con él.

Pos ¿quién te le dió, cuando debieron haberte leído la sentencia de muerte? Un cabo de cañón y un terrestre de mucha soflama que mandaban allí. ¿Y el señor comendante y los oficiales? Harto tuvieron que hacer con tomar puerto en la cámara, después de tumbar á media docena de prenunciaos. Pero, retiña, ¿cómo no te ahorcaron al saltar á tierra?

Al principio, cuando tornaba de la casa de Rosa, sentía algún miedo y caminaba con más presteza; mas ahora con la salud le había entrado también confianza en mismo; creíase bastante fuerte para tumbar a cualquiera de un garrotazo, y de vez en cuando, para cerciorarse de ello, hacía furiosos molinetes con su bastón de acebo.

En los dos meses y pico que éste llevaba de permanencia en Sarrió, los amigos de don Rosendo habían conseguido que prosperase en el juzgado una denuncia contra el alcalde, previa la venia del gobernador de la provincia; habían logrado «tumbar» al administrador de Correos que era del Camarote, y que se resolviese en favor suyo «el problema del matadero». Los amigos de Maza, que andaban cabizbajos y abatidos, recibieron la noticia como una mosca, próxima a morir en el otoño, recibe un tardío rayo de sol. ¡Santo Dios qué calurosos comentarios aquella noche en el Camarote! ¡Cuánta conjetura!

Ni fue el último, porque más adelante, en un sembrado, aún levantó el can un bando tan numeroso, tan próximo, y que salía tan a tiro, que era casi imposible no tumbar dos o tres perdices disparando a bulto. Otra vez hizo fuego Julián. El perdiguero ladraba de entusiasmo y de gozo.... Mas ninguna perdiz cayó.

Estos pataches de cabotaje, como algunas barcas pescadoras, tienen tan malas condiciones marineras, que les es necesario inclinar los palos hacia donde viene el viento, por poco que sea éste fuerte. Marchan a fuerza de habilidad; cualquiera racha huracanada los puede tumbar.