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Del antiguo seminarista bordelés, del bizarro galán joven del teatro del Gimnasio, ya no quedaba nada: los ojos habían perdido su mocero ardimiento; los labios, pálidos, temblaban en el óvalo pulcramente afeitado del rostro enjuto; el ademán era frío y borroso; el busto se inclinaba hacia la tierra; en el mento, antes desafiador y petulante, ya no quedaba voluntad.

¡En las horas de descanso del día presente cuando en el jardín de la casita en que vivimos lo veo rodeado de mis hijos, que le llaman abuelo, pulcramente vestido de negro, aunque conservando el mismo paso cadencioso y rítmico de los primeros días en que le conocí suelo evocar los viejos recuerdos, y comparando mi existencia de los días oscuros con los que después alcancé, comprendo cuánto le debo y cuál fue mi suerte al encontrarlo en el camino de la vida!

Su labor y dechado consistía en camisitas microscópicas, baberos no mayores, pañales festoneados pulcramente. En faena tan secreta y dulce íbanse sin sentir las tardes; y alguna que otra vez la aguja se escapaba de los ágiles dedos, y el silencio, el retiro, la serenidad del cielo, el murmurio blando de los magros arbolillos, inducían a la laboriosa costurera a algún contemplativo arrobo.

Sumido en tales meditaciones, paseábase una tarde en el salón de conferencias, solo y cabizbajo, cuando se le acercó un mozo de lustrosas patillas y retorcido bigote, agradable de rostro y pulcramente vestido, diciéndole con la mayor solemnidad: ¡Saludo al señor de los Peñascales! Volvióse éste y miró al otro atentamente; y como no lo conoció, quedóse sorprendido.

Es decir, que en vez de achicharrarlo como a sacrílego, se le ahorcó muy pulcramente como a ladrón. RUDAMENTE, PULIDAMENTE, MA

Llenaba aquel espacio, pulcramente blanqueado, una atmósfera que alimentaba; aspirábase allí una temperatura sofocante; cantaban, chirriaban, chillaban en coro una multitud de ollas y cacerolas; veíanse en medio de una niebla sui generis una multitud de hombres y de muchachos, oficiales los unos, pinches los otros, galopines los más y pícaros de cocina; aquel era un taller en forma, en que se iba, se venía, se picaba, se espumaba, se soplaba, se veían acá y allá limpios utensilios, brillaba el fuego y, últimamente, en una larga percha se veían capas de todos colores y espadas y dagas de todas dimensiones.

¡Ay, no, no dijo ella con su melodiosa vocecita ; eso es paja!... Dame uno más fuerte, Gorito... Y mientras Gorito le daba un veguero, capaz de tumbar de espaldas a un sargento de caballería, y lo encendía ella pulcramente con una prosaica cerilla, le dijo la duquesa: ¡Pero vamos, mujer... cuenta, cuenta!...

A los lados se destacan graciosas casas campestres en gran número, cubiertas de paja, pulcramente blanqueadas y rodeadas de jardines y huertos perfumados. Detras agitan sus copas de un verde oscuro las moreras, salpican el campo los simétricos viñedos, ú ondean como lagos de verdura los entables de trigos, dominados á veces por las flotantes espigas y las rubias cabelleras de las cañas de maiz.

Al suegro abrazó con un solo abrazo, y recostole en el hombro la mano, pulcramente calzada con guante de castor, color bronce. Escriba usted si se enferma la chica suplicó con paternal angustia, preñado de lágrimas los ojos, el viejo. Pierda usted cuidado, señor Joaquín..., ¡no hay que afectarse, vamos!, cuenta con esa salud.... Adiós, Mendoya, adiós, Santián.... Gracias, gracias.