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Seguía el rastro de S *, como perro perdiguero, y no lo abandonaba hasta no dar con él, empresa tanto más difícil, cuanto que las dos opuestas salidas del edificio son obstáculo no pequeño para toda vigilancia; a pesar de su acentuada miopía, iba directamente tras la pista, de tal manera, que diríase era el olfato y no la vista que le guiaba.

Como el capellán se quedó parado al hacerle tan insidiosa pregunta, ocurrióseles a los cazadores que sería cosa muy divertida darle a Julián una escopeta y un perro y que intentase cazar algo. Quieras que no quieras, fue preciso conformarse. Se le destinó el Chonito, perdiguero infatigable, recastado, de hocico partido, el más ardiente y seguro de cuantos canes iban allí.

El perro era demasiado hermoso para su amo.... ¡Bien puede ser que le hubiera robado!... ¡No! El animal no le hubiera defendido á una simple indicación, como lo ha hecho ... Á menos que no sea el gran perdiguero del señor Julleville d'Auffray ... ¿Quién es ese señor Julleville?... Un almacenista del valle ... ¿Y se pasea por los caminos en blusa y á pie?

Ni fue el último, porque más adelante, en un sembrado, aún levantó el can un bando tan numeroso, tan próximo, y que salía tan a tiro, que era casi imposible no tumbar dos o tres perdices disparando a bulto. Otra vez hizo fuego Julián. El perdiguero ladraba de entusiasmo y de gozo.... Mas ninguna perdiz cayó.

Don Pedro de Madrazo ha descrito estos dos cuadros con una claridad y precisión que no hay más que pedir: al hablar de uno enumera fielmente las prendas de ropa, desde la gorrilla de ala y la valona de encaje, hasta el tabardo de mangas bobas y los zapatos de paño; al referirse a otro, desde el chambergo con plumas y la banda encarnada de cabos de oro hasta las botas atezadas; ni se olvida en el primero de los dos perros, perdiguero y galgo, ni deja en el segundo de dar idea de la jaca andaluza de color castaño sencillamente enjaezada: menciona, por último, los fondos de campo madrileño con sus quebradoras en el piso y sus celajes azulados de nubes blanquecinas; pero lo que no es dado expresar, ni aun con pluma tan experta, es el atractivo que la figura del Príncipe, alegre, juguetona y al mismo tiempo regia, tiene en estos lienzos.

Asomábase uno de a ocho tostado, y con aquel resuello del horno tropezóme en las narices, y al instante me quedé del modo que andaba como el perro perdiguero con el aliento de la caza, puestos en él los ojos. Le miré con tanto ahínco que se secó el pastel como un aojado. Allí es de contemplar las trazas que yo daba para hurtarle; resolvíame otra vez a pagarlo. En esto me dio la una.