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Tistet Védène cambió su viejo tabardo amarillo por una preciosa alba de encajes, una capa de coro de seda violeta, unos zapatos con hebillas, e ingresó en la escolanía del Papa, donde antes de él no habían podido ingresar más que los hijos de nobles y sobrinos de cardenales... ¡He ahí lo que es la intriga!... Pero Tistet no paró ahí.

El Primo, con su gran chambergo y su traje de rizo negro, hojeando un infolio: Morra, más que sentado, caído en el suelo de golpe, mostrando sus calzas verdes y su tabardo rojo; el bobo de Coria, con su severo traje negro como persona grave; el niño de Vallecas, casi todo de verde y con una media desgarrada; don Antonio el inglés, con coleto de brocado y sombrero de plumas, y don Juan de Austria, con arreos militares, forman una compañía abigarrada y extraña, a la cual se pasa revista bromeando y riendo, como ellos vivían, pero que deja en el pensamiento una impresión más honda que muchos espectáculos serios.

Tengo el honor prosiguió, metiendo las manos en los bolsillos de su inmenso tabardo de ofrecer a ustedes un librito de lectura muy provechoza para el espíritu, y espero me dispenzarán el obsequio de repazarlo con atención. Yo le ruego reflezionen sobre el contenío de estos imprezo, zeñoras mías. Diciendo y haciendo, les presentaba tres o cuatro volúmenes empastados, y un haz de hojas volantes.

Y el glorioso tabardo sufrió el rigor de todas las ventiscas y la lluvia de todos los inviernos, y se ungió de ideal errante bajo el plenilunio en la Corte de los Milagros, tejiendo besos y rimas con la ramera ardiente y propicia, de quien decía el poeta que era su Rayo de luz. La capa de Villón, como la capa, de Mañara, sabe de madrigales y caricias, en las encrucijadas del viejo París.

La capa de mendigo EN los viejos tiempos católicos y caballerescos, el mendigo era hermano del mismo rey. Tenía una altivez hidalga, y llevaba al cinto el bote de la guiropa, y arrastraba su tabardo harapiento con el orgullo de un manto real. Buscad vuestros pobres en otra parte, que yo no puedo volver hubo de decirle un mangante a un caballero que no halló a mano una moneda que darle.

Don Pedro de Madrazo ha descrito estos dos cuadros con una claridad y precisión que no hay más que pedir: al hablar de uno enumera fielmente las prendas de ropa, desde la gorrilla de ala y la valona de encaje, hasta el tabardo de mangas bobas y los zapatos de paño; al referirse a otro, desde el chambergo con plumas y la banda encarnada de cabos de oro hasta las botas atezadas; ni se olvida en el primero de los dos perros, perdiguero y galgo, ni deja en el segundo de dar idea de la jaca andaluza de color castaño sencillamente enjaezada: menciona, por último, los fondos de campo madrileño con sus quebradoras en el piso y sus celajes azulados de nubes blanquecinas; pero lo que no es dado expresar, ni aun con pluma tan experta, es el atractivo que la figura del Príncipe, alegre, juguetona y al mismo tiempo regia, tiene en estos lienzos.

I, pág. 250. Hay conformidad en todos de que el traje era del color, pero no de la hechura del hábito de San Francisco; por ello, sin duda, discutiendo D. Angel de los Ríos y Ríos con el autor de la Iconografía española , opinaba que lo que pareció al cura de los Palacios ropa monacal por comparación de la sociedad en que vivía, no era otra cosa que el abrigo de los marinos; el tabardo de las órdenes militares; el capote petrificado en las costumbres; el ropón de que hablaba el Dr.

Además de los guardabosques y algunos robustos jayanes que ganaban su vida carboneando y cortando leña en los vecinos montes, veíase allí á un músico de rubicunda nariz, á un alegre estudiante de Exeter, y más allá un sujeto de enmarañados cabellos y luenga barba, envuelto en tosco tabardo y un joven, al parecer montero ó paje, cuyo raído jubón no reflejaba gran crédito sobre la munificencia de su señor, quienquiera que fuese.