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Un camarero vestido de pielroja, con gran abundancia de plumas, iba ante la música haciendo molinetes con una cachiporra de tambor mayor. Saludábanse los pasajeros matinales en el paseo con grandes elogios al día. El agua era gris, el cielo estaba encapotado; el Océano ecuatorial ofrecía el aspecto de un mar del Septentrión. La brisa fresca que venía de proa ahuyentaba el temido calor.

Sus privaciones y vida de sufrimientos cuando niña, mientras su padre se encontraba ausente en el mar, y esos meses de fatiga y caminatas en busca de los molinetes de Inglaterra, habían hecho su efecto en ella. Para Mabel, el amor casi no era una pasión o sentimiento, sino más bien un encanto ilusorio, un sueño que un hechizo de hadas destruía o afirmaba a su capricho.

Y allá iba dos veces al año, para manchar el piso con sus alpargatas cubiertas de barro y repetir que las cadenas son para los hombres, haciendo molinetes con la navaja. Era una venganza de esclavo, el amargo placer del mendigo que comparece con sus pestilentes andrajos en medio de una fiesta de ricos. Todos los labriegos reían, comentando la conducta de Pimentó para con su ama.

Ramiro, a su vez, desplegaba una esgrima aparatosa y soldadesca, con molinetes fantásticos, y su boca, entreabierta por el ansia homicida, dejaba rebrillar la dentadura.

Sus conmovedoras aventuras las relataba tranquila y naturalmente, sin fanfarronadas ni demostraciones de alarde, y su manera sencilla y verdadera me demostró que era uno de esos hombres que aman la vida de aventuras por sus vicisitudes y peligros. Y ahora ando detrás de los molinetes de Inglaterra añadió riendo.

Después aparecieron las autoridades de menor cuantía, dos parejas y un inspector que hacía molinetes con el bastón para que se viesen las borlas mugrientas. De pronto sonó un timbre, y luego una campana: el tren había salido de la estación inmediata.

Y las heroicas muchachas de la Guardia, no queriendo presentar sus interesantes dorsos al enemigo, fueron retrocediendo hasta el fondo del salón, haciendo molinetes con sus espadas para defenderse del bombardeo. Que trata del discurso pronunciado por el senador Gurdilo y de cómo el Hombre-Montaña cambió de traje

Recordé el inmenso cuidado que había tenido con esa bolsita que yacía vacía sobre la mesa, y la negligente confianza con que me la había mostrado esa noche en que no era más que un vagabundo sin hogar que andaba recorriendo los caminos en busca de los molinetes. Mientras la tenía en su mano mostrándomela, había visto brillar sus ojos con una luz viva de esperanza y anticipación.

Al principio, cuando tornaba de la casa de Rosa, sentía algún miedo y caminaba con más presteza; mas ahora con la salud le había entrado también confianza en mismo; creíase bastante fuerte para tumbar a cualquiera de un garrotazo, y de vez en cuando, para cerciorarse de ello, hacía furiosos molinetes con su bastón de acebo.