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Nos sentimos contrariados, irritados de haber, siquiera momentáneamente, tenido miedo ó pasmádonos ante ser tan baladí. Hácese preciso decir á ese guerrero que llega soplando, roncando, echando pestes: «Valiente de mentirijillas, nada encierras dentro de ti: eres más bien máscara que ser: sin base, sin fijeza de la personalidad hasta el presente sólo posees el orgullo.

De un salto me puse en pie. ¡Oh! ¡Haces mal, Marta! exclamé. No me dejaré despedir así. No estoy enferma y tampoco soy tan tonta para no ver que te estás consumiendo y que, cada día, encierras en ti nuevos pesares. Si no tienes ninguna confianza en , acabaré por creer que nada quieres tener de común conmigo, y que todo ha concluido entre nosotras. Ella juntó las manos mirándome con sorpresa.

Si me encierras en la cárcel dijo Melisa fieramente, para separarme de los actores, me envenenaré. Si mi padre se mató, ¿por qué no puedo hacerlo yo también? Dijiste que un bocado de aquella raíz me mataría y siempre la llevo aquí. Y golpeó su pecho con fiereza.

Quién, Cipion? quien tiene la ventura Y el valor nunca visto, que en encierras, Pues con ello y con él está segura La victoria y el triunfo destas guerras. El esfuerzo regido con cordura Allana al suelo las mas altas sierras, Y la fuerza feroz de loca mano Aspero vuelve lo que está mas llano: Mas no hay que reprimir á lo que veo.

Juanita llevó a doña Inés a la alcoba. , subida en una silla, verás por ese ventanuco todo lo que pase. Acaso no tengas poco de qué admirarte y de qué reírte. Dicho esto, salió Juanita de la alcoba y dejó en ella a doña Inés como presa, cerrando de súbito la puerta y echando por fuera la llave. ¿Qué haces? exclamó doña Inés . ¿Qué necedad es la tuya? ¿Por qué me encierras?

Canto un himno a tus aguas santas, madre laguna, donde en las noches blancas, noches de amor y luna, juguetean las ninfas de cabellera bruna y de abiertas pupilas, color de aceituna. encierras el prestigio de los días egregios, cuando los ancestrales hacían sortilegios en nuestras selvas vírgenes, de perfumes y arpegios, leyendo unos infolios de santos florilegios.

No le pareces sultana de belleza caprichosa: le pareces, más hermosa, antigua virgen cristiana... Soberana, al ver doblar tu cabeza sobre tu brazo a la noche, flor eres que cierra el broche para ocultar su belleza. ¡Como encierras y avasallas de tu pasado el blasón! ¡Bien lo dice el cinturón que te ciñen tus murallas!

La tempestad te acaricia Con sus alas tenebrosas, Y en tus entrañas hojosas Te da con grata delicia Ardientes besos de amor; Y con atléticos brazos Junto á tu tronco la aferras, Y entre tus ramas encierras Con titánicos abrazos Su estrepitoso clamor.

Es como flor que han respetado celliscas y avalanchas de pasión, flor abierta suavemente en cumbres llenas de sol, a donde sube el espíritu de sus quimeras en pos, para rezarte: "¡Oh, Hispania! ¡oh dulce idioma español, el del Arcipreste de Hita, el de Lope y Calderón, de Juan de Mena y Cervantes, de Pereda y de Galdós! ¡Oh dulce lengua, que irradias tu latina irisación y encierras la amplia eufonía de toda una selva en flor, pues eres susurro de agua, gorjeo de ave, canción de brisa leve en las hojas en mañanitas de sol...!" En esta lengua ¡oh Hispania! balbuciente formuló mi alma en los días niños sus caprichos, su candor; y en las horas juveniles, cuando hicieron irrupción en mi vida las primeras exaltaciones de amor, también fué tu idioma egregio el que sirvió a mi ilusión y la dió plumas divinas de mágico tornasol, para llegar hasta el fondo de un lejano corazón y decirle: "Ven conmigo y dame un beso de amor". Murió este amor.