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Afortunadamente, estas crecidas repentinas, que debiéramos llamar avalanchas de agua, cambian de aspecto en la base de las montañas. En los llanos donde la inclinación del suelo es relativamente débil, y á veces imperceptible, la masa líquida del arroyo pierde su fuerza de impulsión y cesa de empujar las materias arrancadas de las laderas.

Es como flor que han respetado celliscas y avalanchas de pasión, flor abierta suavemente en cumbres llenas de sol, a donde sube el espíritu de sus quimeras en pos, para rezarte: "¡Oh, Hispania! ¡oh dulce idioma español, el del Arcipreste de Hita, el de Lope y Calderón, de Juan de Mena y Cervantes, de Pereda y de Galdós! ¡Oh dulce lengua, que irradias tu latina irisación y encierras la amplia eufonía de toda una selva en flor, pues eres susurro de agua, gorjeo de ave, canción de brisa leve en las hojas en mañanitas de sol...!" En esta lengua ¡oh Hispania! balbuciente formuló mi alma en los días niños sus caprichos, su candor; y en las horas juveniles, cuando hicieron irrupción en mi vida las primeras exaltaciones de amor, también fué tu idioma egregio el que sirvió a mi ilusión y la dió plumas divinas de mágico tornasol, para llegar hasta el fondo de un lejano corazón y decirle: "Ven conmigo y dame un beso de amor". Murió este amor.

Al poniente, las neveras faltan del todo: cerros altísimos, cubiertos de negros bosques de pinos y abetos, en su mayor extension, se alzan á hundir en las nubes sus severos picos ó conos graníticos, y presentan á trechos esos derrumbes espantosos, rastros de los catástrofes de la primavera que se llaman avalanchas Al lado opuesto del valle se levantan los contrafuertes del Monte-Blanco, revueltos, despedazados por innumerables y gigantescas grietas, aterradores de hermosura y severidad, ora terminando en neveras que derraman sobre el valle sus ondas congeladas; ora cubiertos de ásperas malezas, helechos y bosques de abetos; ora aguzándose en sus cimas en penachos extravagantes y agujas colosales, desnudas y sombrías, para servir de apoyo á un inmenso anfiteatro de invisibles montañas y neveras cuyo pináculo es la cabeza admirable del Monte-Blanco.

Estos desaparecerán ante el poder del tiempo, si antes no son sepultados por nuevas avalanchas de lavas y cenizas, y entonces Cagsaua ira á dormir el sueño eterno del olvido al lado de otros cien pueblos que á su vez desaparecieron en otros siglos ante las espantosas y rojizas llamas del volcán.

Walther El pastor cuenta que hay una magia en esos árboles, y que, cuando un hombre los ha maltratado, su mano sale de la fosa después de su muerte. Tell Hay una magia en esos árboles, es cierto. ¿Ves allá, a lo lejos, esas altas montañas cuya punta blanca se levanta hasta el cielo? Walther Son los nevados que durante la noche resuenan como el trueno y de donde caen las avalanchas.

En los márgenes, los grupos de hierba se destacan en negro á pesar de los copos blancos de que están cargados, si no están situados muy cerca del agua, donde la humedad ha producido el desprendimiento de pequeñas avalanchas de nieve.

Tell , hijo mío; hace mucho tiempo que las avalanchas habrían enterrado la aldea de Altdorf, si la selva que está ahí, arriba de nosotros, no le sirviera de baluarte. Walther, después de un momento de reflexión: Padre, ¿hay comarcas donde no se ven montañas?

Este fue el primer discurso de Martí y la primera demostración pública de su talento y su carácter irreductibles. Hay hombres que vienen al mundo como los huracanes y las avalanchas, purificando y retumbando desde que nacen. Así Martí. Diez y seis años contaba entonces, «el bozo en flor y el pájaro en el alma» y España quiso matarlo.