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Vos sois mi única esperanza; no me abandonéis en manera alguna; reparad mis faltas; apiadaos de mis hijos y de . 15 de agosto de 1818. Los disgustos que he sufrido por causa de mis hijos, acortarán mi existencia y acabaré por sucumbir bajo el peso de tanto sufrimiento. Yo he sentido sus penas con mayor fuerza que ellos mismos. La ociosidad de Alfonso me consume. ¿Por ventura ha nacido para esto?

Confesad, mi querida tía, que la señorita de Aurigney parece un sorbete. ¡ que pareces un sorbete! Acabaré por creer que tus dificultades reconocen por causa una resolución tomada de antemano. Pero, mi buena tía, usted me pide que le manifieste mis impresiones, y así lo hago lealmente. , pero es que encuentras objeciones a todo, y objeciones casi siempre pueriles.

5 Y yo, Daniel, miré, y he aquí otros dos que estaban, el uno a este lado a la orilla del río, y el otro al otro lado a la orilla del río. Y cuando se acabare el esparcimiento del poder del pueblo santo, todas estas cosas serán cumplidas. 8 Y yo , mas no entendí. 9 Y dijo: Anda, Daniel, que estas palabras serán cerradas y selladas hasta el tiempo del cumplimiento.

Quizá con esta porfía acabaré con él que no me envíe otra vez a semejantes mensajerías, viendo cuán mal recado le traigo dellas, o quizá pensará, como yo imagino, que algún mal encantador de estos que él dice que le quieren mal la habrá mudado la figura por hacerle mal y daño.

-No hay para qué, señor -respondió Sancho-, tomar venganza de nadie, pues no es de buenos cristianos tomarla de los agravios; cuanto más, que yo acabaré con mi asno que ponga su ofensa en las manos de mi voluntad, la cual es de vivir pacíficamente los días que los cielos me dieren de vida.

En suma, para no cansar más a mis lectores, acabaré por decir que don Acisclo recogió al fin el premio de sus fatigas. Las elecciones llegaron, y D. Acisclo venció en las elecciones. Don Jaime Pimentel salió diputado por una gran mayoría. Algunos quieren dar a entender que D. Acisclo hizo mil tramoyas y falsedades; pero nada se pudo probar, y por consiguiente no debemos creerlo.

No quiero oírte decía tapándose los oídos . ¡Calla, por Dios! Me repugnas cuando recuerdo esas cosas... Acabaré por no quererte. En sus viajes la acometían repentinos celos cada vez que Fernando miraba a una viajera de buena presencia.

Vi en usted la alegría de mi juventud que empieza á irse y la melancolía de ciertos recuerdos... Y sin embargo, acabaré por odiarle: ¿me oye usted, argonauta pesado?... Le aborreceré porque no sirve para amigo; porque sólo sabe usted hablar de la misma cosa; porque es un personaje de novela, un latino, muy interesante tal vez para otras mujeres, pero insufrible para .

Acabaré esta funesta narración con un espantoso suceso que por mucho tiempo quedó en la memoria para terror y ejemplo de toda aquella nueva cristiandad. Felipe Motoré, Tabica de nación, vencido en las contínuas sugestiones del demonio y de la carne, volvió públicamente en casa de una amiga dejando á su mujer, sin reparar ni hacer escrúpulo de tenerla públicamente como si fuese su propia mujer.

Invirtió en ello una parte de su fortuna, dedicando la otra al juego. «Con lo que gane se decía acabaré el castillo.» Y como pensaba ganar sumas fabulosas, inició la reconstrucción en proporciones gigantescas, dirigiéndola él mismo con arreglo á las fantasías arquitectónicas estudiadas en los dibujos de Gustavo Doré. El castillo había quedado á medio construir, y así subsistía muchos años.