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Detestaba á Brest, como una de las ciudades más aburridas del Atlántico. Llovía en ella incesantemente y no se encontraba otra distracción que el eterno paseo por la calle de Siam ó la permanencia aburrida en los cafés, llenos de marinos y de oficiales de tierra ingleses y portugueses.

Dándolo por hecho, como lo daba casi siempre, la marquesa puso su consideración en el cuadro venturoso de la vida de aquella pareja incomparable, lejos, muy lejos, todo lo más lejos que ella pudiera, de la peste del «gran mundo». Luz le detestaba, y Ángel no le conocía.

Lo primero que se presentó a su espíritu fue el pesar de haber perdido una fuerte suma de dinero en las carreras de Ascot, donde había visto desaparecer sus esperanzas con el caballo que las llevaba. Huberto no era jugador liberal; hombre de orden, adorador del dinero, detestaba el perder.

Al cabo volvió con la misma suavidad á amonestar á su querida. «Aquellas confianzas con un hombre á quien detestaba le causaban mucha pena. ¿Qué necesidad tenía de aparecer tan contenta cuando él entraba? ¿Por qué consentía que la hablase aparte y en voz baja?... Ya sabía que todo aquello era agua de cerrajas, que ella no iba á enamorarse de sujeto tan ruin; pero con estas confianzas él se crecía y pudiera pasarse á mayores si no se le atajaba.

Dijo que la música le atacaba los nervios, que detestaba el campo, que su ideal era el dolce far niente, y cien necedades más... Vázquez le preguntó si tenía novio, y ella se puso muy colorada al contestar débilmente que no, como si dijera: «Los tengo a montones». Supongo que todavía hay jóvenes de buen gusto en el mundo dijo galantemente Vázquez.

Y Nélida, ofendida, sólo había tenido desde entonces palabras tiernas y caricias para los dos animales. En cuanto a él, lo detestaba. Comenzó a zarpar el vapor. Soltáronse los cabos que lo unían a tierra; la proa se apartó del muelle. Rugía la música la marcha de partida. Algunos pasajeros se mostraron inquietos recordando a los de la comitiva del desafío. Se iban a quedar en tierra.

Y necesitando convencerla de que lo era, pobló aquella noche el cerrado misterio del dormitorio con una serie interminable de voluptuosidades feroces, exasperadas, que hicieron caer á Ulises en un anonadamiento pesado y dulce á la vez. Tenía la convicción de su vileza. Adoraba y detestaba á esta mujer que dormía á su lado con un cansancio impuro... ¡Y no poder separarse!...

Detestaba por instinto al joven, quien le era superior en todo sentido; muchas veces había sido su rival en las regiones del mundo galante, donde la distinción de la inteligencia y la elevación de los sentimientos conservan siempre su prestigio.

¡No conteste usted a esa pregunta! se apresuró a decir el presidente. Está bien expresó el defensor. ¿No es igualmente exacto que la testigo detestaba a todas las hijas de confesión del procesado, estableciendo con ellas una suerte de rivalidad? No conteste usted tampoco. Esa pregunta es tan impertinente como la otra.

Desde el siguiente día comenzó Sarto a instruirme en mis regios deberes, a explicarme lo que tenía que saber y hacer, y la primera lección duró tres horas. Almorcé apresuradamente, con Sarto siempre frente a , diciéndome que el Rey bebía vino blanco en el almuerzo y que detestaba los platos picantes.