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Actualizado: 23 de julio de 2025


En Ateca supo el incremento que tomaba el partido constitucional y el entusiasmo con que en toda la Península era mirada la Asamblea de Cádiz. Advirtamos que Elías detestaba de muerte á los constitucionales.

Usted, señor cura, conocía a mi pobre tía, y aunque no quisiera decir nada que pareciese un reproche a su memoria, sabe, sin embargo, que era severa, y, a veces, hasta un poco gruñona. Detestaba el ruido y el movimiento y me obligaba a estar inmóvil y muda a su lado, cuando tanto hubiera yo querido moverme y hablar. Decía que hay que saber aburrirse, porque la vida no es una expedición de placer.

Y un día y otro día predicaba a su marido la conveniencia de establecerse en grande en la capital de la provincia, donde, según ella, ni los ricos eran vanos ni los pobres envidiosos. Oíala Simón sin soltar prenda, y aun haciendo como que no la oía; pero la verdad es que en el fondo de su corazón detestaba de la villa tanto como su mujer.

Todas las personas más o menos piadosas y amantes de nuestras tradiciones católicas, todo el que detestaba la persecución que la Iglesia padecía y ansiaba el reinado de Jesús en la tierra por mediación de sus ministros, estaba pendiente de tal guerra formidable donde se debatían, no sólo los derechos más o menos respetables de un pretendiente al trono, sino también los más caros y augustos intereses de la religión.

Yo detestaba los libros que se han creado para muestra de que no hay en todo el mundo dos hombres que piensen de la misma manera, y que nacieron en manos de un artesano, como en manos de un fraile la pólvora, otra especie de libro que habla más alto, pero que tampoco dice nada que no sea confusión. Lord Gray se expresaba con exaltado acento. Tomé su mano y advertí que quemaba.

En todo caso los varios éramos nosotras y el pobre Julio era la sinvergüenza. A Charito no la enfadaba tanto el chisme como el hecho de que Adriana esquivaba la entrevista con Muñoz y en cambio la había obligado a hacerse amiga de Julio, a quien detestaba.

Con disgusto, Krilov dirigió una mirada a su viejo gabán, al botón que colgaba con un pedazo de la tela; se imaginó su rostro amarillo y agrio, que detestaba, hasta el extremo de no afeitarse sino una vez al mes; sus ojos, con gafas azules, y se convenció, con un placer maligno, de que parecía, en efecto, un espía.

¿Qué es lo que hay? le pregunté al tomarle la mano, temeroso de que el hombre que ella detestaba hubiese venido ya a verla. Nada grave me contestó riendo. Es que tengo una nueva muy buena para usted. ¿Para ? ¿qué es?

Era, sin embargo, curioso y despejado; había leído muchas novelas y libros populares y amenos de toda clase de ciencias; y con esto, y con el trato del mundo, y los viajes por lo mejor de Europa, había llegado a tener un espíritu bastante cultivado y que lo comprendía todo, si bien someramente. Detestaba la política. Abominaba de los periódicos. Jamás tomaba uno en la mano sino para leer anuncios.

Después de separarme de él, estuve en Granada, Córdoba, Madrid, Toledo, Burgos y otros puntos, visitando los monumentos en compañía de Madame Duval, que detestaba las antiguallas y suspiraba por los boulevards de París. Allí fui por último, y pronto me instalé comprando muebles y poniendo casa.

Palabra del Dia

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