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Rafaela llevaba en brazos el chico. Como a fines de Diciembre son tan cortos los días, cuando salieron de la casa ya se echaba la noche encima. El frío era intenso, penetrante y traicionero como de helada, bajo un cielo bruñido, inmensamente desnudo y con las estrellas tan desamparadas, que los estremecimientos de su luz parecían escalofríos. En la calle del Bastero se insurreccionó el Pituso.

Diariamente se presentaban viudas desamparadas y huérfanos afligidos, que abandonando sus haciendas, comodidades y domicilio, se reunian en Tupiza, para esponer al Comandante sus padecimientos, con la pérdida de sus padres, maridos y bienes, que les habia quitado el rigor de los tiranos agresores; quienes egercitaron su barbarie, con mas exceso que en otras partes, en los minerales de Tomabe, Ubina, Tatasi, Portugalete y la Gran Chocalla, ultrajando á los sacerdotes, profanando los templos, y cometiendo las mas sacrílegas muertes en ellos, con cuantiosos robos, despedazando los ingenios, y destruyendo las labores de las minas.

Esto amenguó mucho los ánimos de la morisma y á no ser porque la ocupación de Manila por los ingleses obligó al abandono de la activa campaña emprendida, difícilmente hubieran podido los mahometanos reanudar las sangrientas correrías que distinguieron los primeros años del presente siglo, en las que puede decirse que consiguieron la destrucción total de las provincias de Surígao y Misamis, desamparadas por completo por el Gobierno general del Archipiélago.

Los peones de las canteras vivían como bestias, ¿pero acaso comían y dormían mejor los labriegos del interior de España? Para muchos, la vida de las minas hasta constituía un mejoramiento de su bienestar, comparada con la existencia mísera de bestias desamparadas que llevaban en sus terruños los años de sequía y mala cosecha.

4 por tanto, montes de Israel, oíd Palabra del Señor DIOS: Así dijo el Señor DIOS a los montes y a los collados, a los arroyos y a los valles, a las ruinas y asolamientos, y a las ciudades desamparadas, que fueron puestas a saqueo y en escarnio a los otros gentiles alrededor;

Parece ser que la castidad de D. Diego Valcárcel no era tan extremada como se creía; su verdadera virtud había consistido siempre en la prudencia y en el sigilo; sabía que el mal ejemplo y el escándalo son los más formidables enemigos de las sociedades bien organizadas, y él, visto que no le era posible conservarse en casta viudez, entre seducir a las criadas de casa y a las doncellas de su hija, y, tal vez, como la tentación le había apuntado varias veces a la oreja, a las respetables clientes, desamparadas señoras que acudían a su despacho en demanda de luces jurídico-morales, como él decía; entre esto y reglamentar el vicio, las inevitables expansiones de la carne flaca, optó por lo último, organizando con sabia distribución y prudentísimo secreto el servicio de Afrodita, como decía él también.

Muchas familias en Córdoba quedaban desamparadas por irse á campaña los que cuidaban de sustentarlas: en esta ocasion fué tanta la caridad del obispo, que los niños cantaban por las calles: «D. Domingo Pimentel, obispo de esta ciudad, sustenta cinco mil niños á media libra de panLos apuros del Estado eran cada dia mayores, y el rey puso toda la plata de su servicio en la casa de la moneda.

Cuenta Perón, que durante veinte leguas navegó á través de una especie de polvo gris, lo que, visto al microscopio, resultó ser una capa de huevas de especie desconocida que, sobre un espacio inmenso, cubría y no dejaba ver el agua. En las desamparadas costas de la Groenlandia, donde el hombre se figura que va á expirar la Naturaleza, el mar está pobladísimo.

No juegues al escondite; yo no bromearía en tu lugar, Magdalena continuó Yuba-Bill, que en un exceso de furor daba ya vueltas pateando. ¡Magdalena! continuó la voz. ¡Oh, Magdalena! ¡Mi buen señor! dijo el juez, en el tono más patético. Imagínese lo inhospitalario de rehusar un abrigo contra la inclemencia del tiempo, a mujeres desamparadas. ¡Señor mío de mi alma! Pensar que...

¡Ah! ¡Qué amigos estos! exclamó ella en lo último de la angustia ¡Y luego nos injurian si al vernos desamparadas corremos a la degradación! Bueno, bueno; me perderé, me arrastraré». Miquis cerró los ojos para no verla. Si la veía un momento más estaba perdido... Por lo que, sin añadir una palabra, echó a correr fuera del gabinete y de la casa.