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Conoce el castellano que no es posible prolongar la defensa, y dando muerte á su esposa se arroja sobre la morisma hasta caer acribillado de heridas, perdiendo la vida como asimismo toda la guarnición; pues los moros, irritados por las enormes pérdidas sufridas en el último ataque, prefirieron el placer de su venganza al valor que en la esclavitud hubieran representado aquellos infelices.

Aún habian de dar las funestas discordias de los príncipes cristianos de la Península dos siglos de aliento y de esperanzas á la morisma, antes que despuntasen para Granada auroras de fuego y sangre de la parte de Castilla y Aragon unidos.

En El Hidalgo abencerraje se nos presenta Granada en todo su esplendor, aunque caminando ya hacia su ocaso; en La envidia de la nobleza, la muerte de los nobles abencerrajes por los traidores zegríes; finalmente, en El cerco de Santa Fe, la famosa lucha trabada ante el último baluarte de la morisma, en que tomaron parte activa los dos Monarcas españoles y los más nobles caballeros del reino, y como su personificación ó centro, las hazañas casi fabulosas de Hernán Pérez del Pulgar, cuyo valor temerario corría parejas con su ardiente celo religioso.

Esto amenguó mucho los ánimos de la morisma y á no ser porque la ocupación de Manila por los ingleses obligó al abandono de la activa campaña emprendida, difícilmente hubieran podido los mahometanos reanudar las sangrientas correrías que distinguieron los primeros años del presente siglo, en las que puede decirse que consiguieron la destrucción total de las provincias de Surígao y Misamis, desamparadas por completo por el Gobierno general del Archipiélago.

Arrebatado por su verbosidad seguía soltando cuanto había almacenado aquellos días en su pensamiento. «En vano se cansaba su señoría: España era profundamente religiosa, su historia era la del catolicismo: se había salvado en todos sus conflictos abrazada a la cruz». Y abarcaba todas las grandes luchas nacionales; desde las batallas en que la piedad popular veía a Santiago en su caballo blanco, cortando las cabezas de la morisma con alfanje de oro, hasta el levantamiento de los pueblos contra Napoleón, tras el pendón de la parroquia y con el escapulario al pecho.

Don Sancho, hijo de don Jaime de Aragón y hermano de la reina de Castilla, estima en más su título de caudillo que la mitra de Toledo, y al ver que los moros avanzan, sale a su encuentro en los campos de Marios, se mete en lo más fuerte del combate y cae muerto por la morisma, que le corta las manos y pone su cabeza en una pica.

En su estirpe figuraban toda clase de glorias: amigos de monarcas; Adelantados que infundían miedo a la morisma; virreyes de las Indias, santos arzobispos, almirantes de las galeras reales; pero el alegre marqués daba de barato tantos honores y tan preclaros ascendientes, pensando que hubiera sido mejor para él poseer una fortuna como la de su cuñado Dupont, aunque sin las obligaciones y trabajos de éste.

Los papanatas asombrábanse ante las casacas blancas y las cruces rojas de los caballeros de las órdenes militares, honrados y pacíficos señores, panzudos los más de ellos, que hacían pensar en el aprieto en que se verían si por un misterioso retroceso de los tiempos tuvieran que montar a caballo para combatir a la morisma infiel. La muchedumbre permanecía embobada.

La inmensa catedral recibia de vez en cuando en sus escasas capillas los inanimados despojos de los mas nobles y valerosos caballeros, muertos en deplorables lides intestinas ó en gloriosas algaradas y defensas contra la morisma; pero no interrumpian su solemne silencio las tareas de los bulliciosos y alegres artesanos.

Viendo y oyendo, pues, tanta morisma y tanto estruendo don Quijote, parecióle ser bien dar ayuda a los que huían; y, levantándose en pie, en voz alta, dijo: -No consentiré yo en mis días y en mi presencia se le haga superchería a tan famoso caballero y a tan atrevido enamorado como don Gaiferos. ¡Deteneos, mal nacida canalla; no le sigáis ni persigáis; si no, conmigo sois en la batalla!