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Actualizado: 18 de junio de 2025
Se detenía ante la capilla de Santiago, mirando a través de las verjas de sus tres arcos ojivales. En el fondo, el santo de las leyendas, vestido de peregrino, con la cuchilla en alto, atrepellaba con su caballo a la morisma. Grandes conchas y escudos rojos con una luna de plata adornaban los muros blancos, subiendo hasta la bóveda. Esta capilla la miraba su padre el jardinero como cosa propia.
En las corroídas masas de hierro del castillo y en los gallardetes que ondean en los barcos que de continuo hacen carga en la ensenada de Calilayan, se ve la síntesis de dos civilizaciones; la primera está escrita á la rojiza tea de la morisma, la segunda registra sus anales en las serenas y tranquilas regiones del trabajo.
En primer lugar se demuestra de un modo irrefutable el abandono en que se tiene el emplazamiento de algunos importantes destacamentos, en los que no se cuenta con obras de defensa que garanticen la seguridad de las tropas, careciendo en absoluto de alojamientos y dejando en el mayor abandono cuantos trabajos se refieren á la salubridad de estos mismos emplazamientos, donde insignificantes obras de drenaje é inteligente dirección en el relleno y desecación de manglares, evitarían una gran parte de esas infecciosas calenturas palúdicas que causan en las filas del Ejército mayores estragos que la fiera morisma con que allí combate.
De igual data es un rescripto pontifical memorable por el rápido incremento que revela en las rentas de la iglesia de Córdoba, mas próspera naturalmente á medida que iba perdiendo mas tierra en la provincia la morisma.
En otra salida de la morisma, el choque era tan furioso, que cejaban los italianos, seguían su ejemplo los alemanes, y el Emperador, rojo de cólera al ver en fuga a sus soldados favoritos, desenvainaba la tizona, pedía su estandarte, metía espuelas al trotón y gritaba al brillante séquito de caballeros que le seguía: «¡Arriba, señores!
Dijo don Quijote a don Antonio que el parecer que habían tomado en la libertad de don Gregorio no era bueno, porque tenía más de peligroso que de conveniente, y que sería mejor que le pusiesen a él en Berbería con sus armas y caballo; que él le sacaría a pesar de toda la morisma, como había hecho don Gaiferos a su esposa Melisendra.
Y, diciendo y haciendo, desenvainó la espada, y de un brinco se puso junto al retablo, y, con acelerada y nunca vista furia, comenzó a llover cuchilladas sobre la titerera morisma, derribando a unos, descabezando a otros, estropeando a éste, destrozando a aquél, y, entre otros muchos, tiró un altibajo tal, que si maese Pedro no se abaja, se encoge y agazapa, le cercenara la cabeza con más facilidad que si fuera hecha de masa de mazapán.
Palabra del Dia
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