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Os juro por la cabeza de Hércules, de Júpiter, de Venus, de Baco, de Afrodita, que todos nosotros... En fin, ya me comprendéis, ¿verdad? ¡Señores romanos de la antigüedad, al asalto! CLEOPATRA. Ahora iremos a dar un paseíto. ESCIPIÓN. ¡Todo lo que queráis, señoras! ¡Señores romanos de la antigüedad, adelante! ¡Un, dos! ¡Un, dos! ¡No todos a una! ¡Cada cual cuando le toque!

La pensionshaus alemana, reducido pandemónium, o sea, lugar consagrado al culto de la democrática Afrodita tudesca, de cadera copiosa y relevado seno. Algunas pensiones familiares francesas justifican, en efecto, su título, mediante ciertas virtudes y todos los defectos de la vida familiar, y conservan la mesa única, la mesa redonda, que en la casa de huéspedes española es de rigor.

No es Afrodita a quien se rinde culto de pasiones sensuales; no es la Venus Cálvica, que recibe en ofrenda cabelleras de vírgenes; parece la Venus Apostropha, que desdeña y castiga los pensamientos impuros. A fuerza de besarla éntrasele a don Juan por los labios hasta el alma el frío de la piedra, y paralizada su sangre, se desploma rendido.

La divina canción. La muchachita de Jerusalén. Siona entre los bárbaros. Mujercitas. La señora Jardincito. Túnez la Blanca. La famosa comedianta. Trenes de lujo. La Carrera. El cetro. El carro del Estado. Allá lejos. Al revés. En rada. En familia. Las hermanas Vatard. Apuntes parisienses. El demonio de la vida. Humos en el campo. Las sanguijuelas. El viejo calavera. Afrodita.

Eran los viejos troyanos de la Ilíada, que protestan del largo sitio de su ciudad, de la sangre de miles de héroes, de la miseria, todo por culpa de una mujer... Pero pasa Helena ante el «banco de los viejos», majestuosa de belleza, arrastrando sus túnicas de oro, y todos ellos quedan absortos de admiración, lo mismo que si la divina Afrodita acabase de descender á la tierra, y murmuran como una plegaria: «Bien merece lo que por ella sufrimos. ¡Es tan hermosa

Parece ser que la castidad de D. Diego Valcárcel no era tan extremada como se creía; su verdadera virtud había consistido siempre en la prudencia y en el sigilo; sabía que el mal ejemplo y el escándalo son los más formidables enemigos de las sociedades bien organizadas, y él, visto que no le era posible conservarse en casta viudez, entre seducir a las criadas de casa y a las doncellas de su hija, y, tal vez, como la tentación le había apuntado varias veces a la oreja, a las respetables clientes, desamparadas señoras que acudían a su despacho en demanda de luces jurídico-morales, como él decía; entre esto y reglamentar el vicio, las inevitables expansiones de la carne flaca, optó por lo último, organizando con sabia distribución y prudentísimo secreto el servicio de Afrodita, como decía él también.

Unas gaviotas blancas y arrulladoras como las palomas de Afrodita aleteaban sobre las caricias y los encuentros amorosos de esta parentela inmortal entregada al sereno incesto, privilegio de los dioses.

Pocos mariscos unirán, como la vieira, una carne tan sabrosa a un abolengo tan ilustre. Ya, mucho antes de la Edad Media, la vieira le había servido a Afrodita, surgiendo del mar, para alisarse los húmedos y admirables cabellos. Hoy Afrodita usa peines bastante más caros; pero esto no quiere decir nada contra la vieira.

Por algo habían florecido en las islas mediterráneas los pueblos adoradores de Afrodita, que hicieron vibrar todas las cuerdas del arpa de la voluptuosidad; por algo se habían elevado en las costas las blancas columnatas de los santuarios de amor, con sus rebaños de cortesanas sagradas; por algo los poetas sacerdotales habían hecho nacer a Venus de la espuma de las olas.

Ferragut recordó el cortejo de Afrodita que el médico le había descrito tantas veces en las noches estivales, viendo á lo lejos las luces de los faros. Tal vez había tropezado con la alegre comitiva de las nereidas, uniéndose á ella para siempre.