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Ibitupuá, el astuto y cauteloso, Con ánimo feroz junta, pregona, Y manda, como hombre poderoso, Que venga en general toda persona. El ser tenido ya por dadivoso, Y que á trabajo alguno no perdona, Le hace al guaraní venga contento A la presente junta y llamamiento.

¡No ocurrírsele nunca asomar la cabeza fuera de Palma para ver el campo, de un verde tierno, con sus acequias susurrantes; el cielo, de suave azul, en el que flotaban islotes de blancos vellones; las colinas, de un verde obscuro, con sus molinillos de viento braceando en la cumbre; las sierras abruptas, de color de rosa, cerrando el fondo; todo el paisaje risueño y rumoroso que había asombrado a los navegantes antiguos, haciéndoles llamar a Mallorca la isla Afortunada!... Cuando, gracias a su casamiento, adquiriese una fortuna y pudiera rescatar el hermoso predio de Son Febrer, pasaría en él la mayor parte del año, lo mismo que sus ascendientes, haciendo la vida rústica y benéfica de un gran señor, dadivoso y respetado.

En ellos la socorrió generosamente cierto caballero principal, entusiasta del arte y de la belleza, pero no bastante rico para ser muy dadivoso. Rafaela además tenía estrecha conciencia, y aunque parezca inverosímil en mujeres de su clase, no exigía ni pedía y hasta rehusaba las dádivas de sus buenos amigos cuando pensaba que eran superiores a sus medios y recursos.

Y los cielos parecía que habían hablado por su boca; tal fué su acento de armónico y delicado, y el soldado, con su mejor gracia posible, replicó: Si no Dios, al menos los ángeles están en nuestra compañía; vuestro sirviente, dama hermosa, ha cumplido con vuestro dadivoso encargo, y mirad lo que mandáis, que obligación tengo de obedeceros, aunque menester fuera ir a las tierras del Catay, o a la noche de la Noruega; mandad, señora, y no reparéis en este entorpecimiento de mi persona, apoyada en rodrigones de palo; mandadme, que tal fuerza haría la voluntad, que todavía se hiciese obedecer cumplidamente de la ligereza del cuerpo.

Traía a la niña diariamente alguna baratija, para ella desconocida hasta entonces, ya un cromo, ya una fotografía, ya lindas flores, ya números de periódicos ilustrados, ya novelas de Fernán Caballero o de Alarcón; y las graciosas chucherías que por las puertas de la anticuada casa se entraban, como partículas de la vida moderna, eran otras tantas bocas encomiadoras del dadivoso.

Doña Encarnación, que hasta entonces había reprimido la cólera, sufriendo el insulto hecho al enclenque de su marido, por temor de andar a la gresca con Juanita y aun de quedar vencida y aporreada, no pudo ya contenerse al ver y al oír a su marido tan melifluo y tan predispuesto a ser dadivoso, y le interrumpió exclamando: No te derritas, hombre; no te vuelvas una jalea, no me obligues a que sea yo quien te llame tío marrano.

Julia servía con el mayor celo a Cristeta: primero, por obediencia a sus padres y a Inés, que se lo encargaron; segundo, porque don Juan, espléndido y dadivoso, le regalaba continuamente duros y pesetas con novelesca prodigalidad; además, se divertía mucho contribuyendo a traer engañado a un caballero.

En la vida que es triste, que es llena de amargura, Y que sólo el amor salpica de ventura, Como a ingrata doncella amante dadivoso, ¿Qué corazón que suena, que espíritu que adora, No convierte en princesa la humilde labradora Y no cree que Aldonza es la flor del Toboso?

Hemos acordado que haga usted los zapatos para los Padres de la residencia: cinco padres y un lego. Don Restituto Neira, señor caritativo y dadivoso, y su santa esposa, doña Basilisa, los cuales, como usted no ignora, nos han cedido el último piso de su palacio para residencia, desean también que usted haga el calzado para la servidumbre.

Pero, Mercado, alto allá y no murmuremos, que, a fuer de agradecido, más hace el morisco con ser mensajero dadivoso que yo con callarle sus puntas y collares.