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La ópera, la ópera era el delirio de aquellos escribanos y concejales: pagaban un dineral por oír un cuarteto que a ellos se les antojaba contratado en el cielo y que sonaba como sillas y mesas arrastradas por el suelo con motivo de un desestero.

Lasso cuenta de ciertos concejales de Gandulia, he recordado, y no puedo resistir a la tentación de referirlo aquí, lo que he leído en uno de los extractos y traducciones de los millares de manuscritos egipcios adquiridos y conservados en Viena por el archiduque Raniero. El caso no ocurrió a fin de siglo, sino a mediados: por los años de 250 de la Era Cristiana, o dígase 1650 años ha.

Unas veces convocaba a sesión extraordinaria a horas en que a alguno de ellos le fuera imposible asistir; otras, mandaba recados fingidos a ciertos concejales, anunciándoles que se había suspendido; otras; en el momento de ponerse a votación cualquier asunto, lo hacía con palabras ambiguas de acuerdo con sus amigos, para que los de don Rosendo se confundiesen y votasen contra mismos, como sucedió en más de una ocasión.

Ya tenían bastante; si querían algo más debían pagarlo por adelantado. ¡Qué falta de respeto! ¡Tratar así a personas que han hecho concejales, retirándose después a la vida privada...! Y miraban fieramente al cafetinero, mientras rebuscaban con furia en sus andrajos, con la indignación de una ofensa irreparable y mortal.

Dicen si el mimbar ó capilla de Villaviciosa sirvió en los primeros tiempos de sala de consejos y despues de sacristía; pero nada tuvo que sufrir tampoco ni de la mano de los concejales ni de los del cabildo. Tardó siglos en sufrir mutilaciones este singularísimo edificio; mas ¡ay! ¡fueron bien crueles los que ya por primera vez hizo en él la escuadra y el compás de los cristianos!

Después, ajustando sus pasos al compás de la marcha musical, desfilaban los rojos fajines y los portacirios de plata de los concejales; y por fin, con un tránsito obscuro de la luz a la sombra, pasaba la negra masa de la tropa, en la cual los instrumentos de música lanzaban amortiguados destellos y los filos de las bayonetas y los sables brillaban como hilillos de luz.

Véase, pues, la poca o ninguna novedad que tienen las fechorías de los concejales, y téngase por cierto que en nada malo ha habido el menor adelanto. En lo bueno le ha habido y le habrá. Y con tan hermosa y fundada esperanza debemos animarnos, no desmayar y no acudir al suicidio que nada remedia, como acudió en su locura el escultor y honrado concejal, héroe de la novela del Sr. Lasso.

La orgía de los concejales en el antiguo Convento, la animada descripción del incendio, con la hazaña de Calderón para salvar a la niña, y la famosa sesión del Ayuntamiento con todos sus pormenores, así como no pocos otros episodios, están bien observados y descritos; pero complican la acción dándole diversos motivos, cada uno de los cuales quita fuerza a los otros en vez de acrecentarla.

El escribano reía también el chiste y los concejales sonreían, no por la gracia, si no por la intención. Aunque el palco de los Marqueses tocaba con el de Ronzal, pocas veces los abonados del último se atrevían a entablar conversación con los Vegallana o quien allí estuviera convidado.

No iba el cura por culpa de la impiedad con que allí se hablaba; pero iban el médico, dos o tres concejales, el propio señor alcalde, varios de los mayores contribuyentes y don Pascual, el maestro de escuela. Don Policarpo comentó el sermón de aquel día con maliciosa agudeza, sosteniendo irónicamente que el padre tenía razón. Si, señores dijo ; ya no hay bienes de la Iglesia que repartir.