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Actualizado: 4 de junio de 2025


Hasta buscó recomendaciones para algunos concejales, pidiéndoles un puesto cualquiera en las dependencias del Ayuntamiento. Apenas llevaba paquetes a la fábrica de corsés cercana a la Puerta del Sol. Hacía dos semanas que Feli tenía en casa la misma docena, sin poder terminarla. Estaba enferma, muy enferma. Maltrana seguía con inquietud los progresos de su mal.

En lo tocante a tunantería, se sabe cuanto hay que saber, y se hace cuanto hay que hacer desde los tiempos primitivos. No es en Gandulia ni a fines del siglo XIX donde solamente los concejales se despachan a su gusto. Bien podemos decir: todo el mundo es Popayán, y cuándo no es Pascua. Al leer lo que el Sr.

En la casa municipal no se movía una silla sin su permiso, pero le gustaba permanecer invisible como Dios, haciendo sentir su voluntad oculta. Toda la tarde se pasaba en un continuo ir y venir de concejales desde la casa del pueblo al patio de don Ramón.

El Municipio de San Sebastián creerá, sin duda, que esto de los temas literarios es cosa de los escritores; pero San Sebastián no tardará en sufrir las consecuencias de tan profundo error. Yo creo que es cosa de los concejales, del Casino, de las sociedades de atracción de forasteros, de las comisiones de festejos, etcétera, etc.

En más de una también, dejó cerrados en la secretaría a algunos concejales llevándose la llave. Después que los padres del municipio se hartaban de gritar y dar golpes a la puerta, venía un alguacil a abrirles; pero ya se había efectuado la votación. Gracias a estas y otras tretas, a las arbitrariedades sin cuento que cometía, vengábase el bilioso ex marino de sus enemigos, que era un primor.

Aquel municipio era autónomo, y los encargados por elección de gobernarle se titulaban el Ilustrísimo Concejo. Los negocios de que habia que tratar se los repartían los concejales, y como los negocios eran muchos y varios, es también muy variado el contenido de las actas.

Si el enemigo replicaba, otra vez la estupefacción y el silencio; nueva corrida en busca de la consulta, y así transcurrían las sesiones con gran regocijo del barbero Cupido la peor lengua de la ciudad el cual, siempre que se reunía el municipio, decía a los parroquianos: Hoy es día de fiesta: corrida de concejales en pelo.

Habían querido una vez nombrarle concejal; pero él se opuso con todas sus fuerzas. Pero, hombre, ¿por qué no quieres ser concejal? Antes me matan dijo él que obligarme a llevar una levita de cola de golondrina. Esta levita, tan aborrecida por Zelayeta, era el frac que, en ciertas solemnidades de Lúzaro, hay la costumbre de que lo vistan los concejales.

Izquierdo y el cobrador municipal le convidaron a unas copas; pero él no quiso aceptar, porque le repugnaba el aguardiente. Oyoles la conversación sin aparentar oírla, aunque nada interesante tenía para él, pues versó sobre si la Villa iba a suprimir tantas y tantas mulas del ramo de jardines y paseos para repartirse la cebada entre los concejales.

El alcalde y los concejales, rústicos labradores, por lo común, a quienes don Andrés Rubio hacía elegir o nombrar, le estaban sometidos y devotos, y como no entendían de reglamentos ni de disposiciones legales sobre administración y hacienda, don Paco era quien repartía las contribuciones y lo disponía todo.

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