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Es un amigo... Un amigo, ¡pues!... que lo distingo de los demás... que le tengo cierta simpatía... ¡Vaya por el amigo! exclamó bondadosamente el confesor. Y este amigo te escribe cartitas y las contestas á hurtadillas de mamá. No digas que no: no mientas... ¿Callas?

De allá siempre traigo tres o cuatro más. No puede usted figurarse cómo estoy de rendida con el trabajo de estos días. Mi maridillo no me ayuda nada. Todo se lo han de dar hecho. Este año ni siquiera se ha tomado la molestia de pedir los billetes gratis. Yo lo he tenido que hacer, poniendo cartitas al Presidente del Comité ejecutivo, y al fin a regañadientes me los han dado.

Y el helenismo del pobre muchacho consistía en fumar por primera vez, beber copas de marrasquino, único licor que toleraba su paladar de calavera griego, enviar cartitas de amor en versos clásicos a las costureras o a las hijas de ciertas señoras de clases pasivas que pasaban la velada en el Café de Peláez o en el de la Universidad, y en desaparecer por media hora en algún portal de los callejones inmediatos, llevándose tras él a la infeliz que paseaba la acera haciendo su guardia.

En los días de descanso, el maestro, libre de las excitaciones del peligro y de la gloria, volvía su recuerdo a Sevilla. De tarde en tarde llegaba para él alguna de aquellas cartitas breves y perfumadas felicitándole por sus triunfos. ¡Ay, si tuviese con él a doña Sol!...

Usted que nunca tuvo grandes relaciones de amistad con el bueno de Cupido, le ha escrito con frecuencia contándole tonterías; todo para al final, como posdata importantísima, encargar saludos a la ilustre artista, tranquilizándose al recibir en la respuesta la noticia de que esa ilustre artista aún estaba aquí. ¡Poco que he reído leyendo esas cartitas!

Ya escribí la otra carta, para que no te veas en el compromiso de leer ésta delante de tus tías, y así será en lo de adelante. Dos cartitas: una para y para todos, otra para... «mi Rodolfo». Cuida mucho de tus tías, particularmente de doña Carmelita. Piensa que la pobre está muy enferma, muy nerviosa, y necesita cariño y amor. Ya les escribo cuatro renglones.

¡Yo bien, , lo que hay en todo esto; lo que se necesita para mover los asuntos, son recomendaciones, cartitas, empeños ... y aceite para la máquina!... ¡Pero, déjese usted estar; yo veré al ministro y le contaré lo que pasa! ¡Se ponen ustedes a charlar y a tomar , y no llevan los asuntos a la firma! ¡Ya verán ustedes el trote que les voy a meter!

Antes los galanes, cuando no podían comunicarse con sus amadas, las citaban en las iglesias, donde la religiosa oscuridad protegía el trasiego de las cartitas, el apretón de manos u otro desahogo de peor especie, mientras los padres embobados contemplaban las llamaradas del cuadro de Ánimas del Purgatorio.

Cuando no pellizcaba a las compañeras, les escribía cartitas amorosas poniendo la firma de un hombre, o les mandaba retratos de la hermana que les daba lección, hechos con lápiz. Cuando la dejaba cerrada en la buhardilla, hacía señas y muecas a las oficialas de un taller de modistas que había enfrente.

Hacía bien en no querer soltar el dinero. Que robasen en la carretera como los hombres, cara a cara, exponiendo la piel. Setenta años tenía, pero podían irle con tales cartitas. Vamos a ver; ¿tenía agallas para defender lo suyo? La firme tranquilidad del viejo contagiaba a Sènto, que se sentía capaz de todo para defender el pan de sus hijos.