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Eran mujeres que casi podían ser sus madres: prostitutas callejeras, que tomaban a risa la pasión de sus hombrecitos y les aconsejaban que robasen, pues sólo podían creer en su cariño cuando se presentaban con dinero. El empleado habló a uno de éstos: ¿Y la novia? ¿viene a verte alguna vez? Contestó con un movimiento negativo. ¡Las mujeres! ¡todas iguales! ¡Sólo eran tiernas cuando veían parné!

Hacía bien en no querer soltar el dinero. Que robasen en la carretera como los hombres, cara a cara, exponiendo la piel. Setenta años tenía, pero podían irle con tales cartitas. Vamos a ver; ¿tenía agallas para defender lo suyo? La firme tranquilidad del viejo contagiaba a Sènto, que se sentía capaz de todo para defender el pan de sus hijos.

Permitisteis que nos robasen, no nos defendisteis, nos abandonasteis cobardemente, y ahora nos acusáis de habernos venido, gustosas, con los romanos. Yo declaro, Marcio, que fuimos robadas, raptadas del modo más innoble. ESCIPIÓN. ¡Vamos, vamos! ¡Tapadle la boca al profesor! El pánico aumenta entre los romanos. MARCIO. Todo se arregla, pues; reconocen que fueron raptadas.

Gabriel, en sus paseos por la catedral, admiraba la verja del altar mayor, maravillosa obra de Villalpando, con sus follajes de oro viejo y sus barrotes negruzcos con manchas de estaño. Estas manchas hacían afirmar a los mendigos y guías del templo que la verja era de plata, sólo que los señores canónigos la habían pintado de negro para evitar que la robasen los soldados de Napoleón.

¡Pero está loco, Dios mío! dijo el cocinero mayor guardando todo aquello con precipitación, como si hubiera temido que se lo robasen las paredes . ¡Y marcharse sin que yo haya podido decirle el apuro en que me encuentro con el inquisidor general... mis negros, mis terribles apuros! ¡Vive Dios que se conoce en él la sangre de los Girones!... Y al fin me servirá de mucho... me vengará ahora mucho mejor que antes, porque al fin él me ha dicho que siente mucho no poder seguir llamándome su tío.

Nos limitaremos á contraponerle las siguientes afirmaciones: Que durante toda la Edad Media la España cristiana fué el pueblo más tolerante de toda la cristiandad: Que cuando venían cruzados á ayudarnos en la Reconquista, era menester echarlos ó luchar contra ellos, para que no matasen ni robasen á todos los judíos y mahometanos, faltando á los pactos y á la fe jurada: Que la sabiduría muslímica y rabínica y sus filósofos y doctores, en vez de ser perseguidos por los monarcas cristianos de España, hallaron con frecuencia en sus cortes protección y refugio contra las fanáticas persecuciones, ya de algunos califas de Córdoba, ya de los almoravides y almohades, en la época de las tremendas invasiones africanas: Y en fin: que esa sabiduría se difundió y se dió á conocer en el resto de Europa por medio de los cristianos españoles, arzobispos, obispos y sacerdotes casi siempre, que tradujeron, comentaron y explicaron los textos arábigos y hebráicos.

Teresa se resistió á abandonar á su hijo aunque sólo fuera por breve rato: pronto dejaría de verlo; que no la robasen el tiempo que le quedaba de contemplar á su tesoro. Y prorrumpiendo en lamentos más fuertes, se abalanzó sobre el frío cadáver, queriendo abrazarle.

Prueba de esta confianza de los que tienen es que ya, en los países cultos, nadie o casi nadie atesora. Pocos años ha, todos los que podían atesoraban. La literatura popular está llena de historias y leyendas de tesoros ocultos, guardados por un dragón, por un gigante o por un monstruo terrible, que nada menos se necesitaba para que no los robasen.