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Las dos señoras aquellas salieron a la escalera pidiendo socorro. Gracias que las oficialas sujetaron a la fiera en el momento en que clavaba sus garras en el pelo de la víctima, que si no, allí da cuenta de ella. Sujetada por tantas manos, Fortunata hizo esfuerzos por desasirse y seguir la gresca; pero al fin el número, que no el valor, venció su increíble pujanza.

Alrededor de la mesa vio Fortunata como unas seis o siete oficialas, cosiendo, y en un sofá, junto a la ventana apaisada que daba a la calle, estaban dos señoras, examinando a la luz encajes y telas. «Buenos días» dijo la Rubín, deteniéndose un instante y recorriendo con mirada fugaz todas las caras que delante tenía.

Además, la negativa del gigante parecía quebrantar su propia credulidad. ¿ pretenderían engañarle á él también los enviados oficialas?... Los buscó fuera de la Galería, volviendo con uno de ellos, que mostraba un rostro sombrío, vacilando mucho antes de contestar á sus preguntas.

Tu hermano ha tomado en serio el ser director espiritual de las oficialas del taller, y las aturde a letanías: tu madre... chico, lo diré con mucho respeto; pero hay que llamar a las cosas por sus nombres... tu madre está como si le hubieran sorbido el seso: Tirso la tiene días enteros doblando ropas, arreglando cajones, recibiendo la labor a las chicas... y, vamos a la parte más fea del asunto.

En cuanto se levantó comenzó a hacer sus preparativos de tocado, aunque la ceremonia nupcial no había de celebrarse hasta la tarde en su propia casa. Se hizo venir para que la peinase a Mr. Gaston, famoso peluquero de la corte, y acudieron a adornarla dos oficialas de Mme. Verlet, la gran modista. No se perdonó gasto alguno para que la ceremonia se celebrase con inusitada pompa y suntuosidad.

Al apearse Candido y Cacambo del coche, fuéron recibidos por veinte hermosas doncellas de la guardia real, que los lleváron al baño, y los vistiéron de un ropage de plumion de colibrí; luego los principales oficiales y oficialas de palacio los conduxéron al aposento de Su Magestad, entre dos filas de mil músicos cada una, como era estilo.

Todas las ofícialas corrieron espantadas al auxilio de su jefe; pero por pronto que acudieron, no fue posible impedir que Fortunata, empuñando su llave con la mano derecha, le descargase a la otra un martillazo en la frente; y después, con indecible rapidez y coraje, le echó ambas manos al moño y tiró con toda su fuerza. Los chillidos de Aurora se oían desde la calle.

Juana cortó con segura destreza la levita y el traje de mujer, y madre e hija y dos oficialas trabajaron con tal ahínco, que el tres de agosto, víspera del santo, levita y vestido de mujer estaban terminados. Cuando aquella noche vino don Paco de tertulia, le dieron la sorpresa de enseñarle la levita. El casi se enojó, y hasta se le saltaron las lágrimas de puro agradecido.

Cristeta se presentó en el andén vestida con elegante sencillez. Ya no era la chiquilla que años antes salía muy de mañana con un pañuelo a la cabeza y un vestidillo de percal a comprar buñuelos para que sus tíos tomaran chocolate, ni recordaba en nada la humilde comiquilla de los primeros meses de contrata, en que iba a los ensayos con velo negro, como van al taller las oficialas de modista.

Se componía de cuatro oficialas, las dos doncellas de la casa, cuando los quehaceres domésticos se lo permitían, Venturita y la misma Cecilia. Era una juventud bulliciosa, a la cual, el trabajo activo no impedía charlar, reir y cantar todo el día. La alegría les rebosaba del alma a aquellas muchachas, y se desbordaba en risas inmotivadas, que a veces duraban larguísimo rato.