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¡Qué bribón, adonde se ha ido!... Es menester cogerle... ¿Por dónde se sale al tejado? Por aquí no; necesitamos bajar primero a casa y subir luego a la buhardilla. Pues, vamos. Bajaron de la torre y después de atravesar algunas habitaciones tomaron la escalera del desván, que venía a parar a una de ellas. Estaba sumamente obscura y el joven subía con mucho trabajo.

Pero ella se ocupaba de su casa, de sus olivos y de su querido Gastón con una actividad metódica y un celo incansable que denotaban su procedencia. La grandeza es un don que se revela en todas las situaciones de la vida y sobre los escenarios más diversos: se muestra por igual en el trabajo y en el reposo y no brilla más en un salón que en una buhardilla.

Al camposanto es á donde tu vas prontito pensó Torquemada; y luego en alta voz: , eso es cuestión de ocho ó diez días... nada más.... Luego, saldrá usted por ahí... en un coche.... ¿Sabe usted que la buhardilla es fresquecita?... ¡Caramba! Déjeme embozar en la capa. Pues asómbrese usted dijo el enfermo incorporándose. Aquí me he puesto algo mejor.

Yo podría vivir en una buhardilla o ser huésped de una familia cristiana; pero tengo los libros, que son mi familia, y pago un cuarto de ocho duros para que estén bien alojados. No tengo sillas, no tengo cama, no enciendo luz, duermo en el suelo sobre un jergón; pero las obras están en sus estantes, hermosas y limpias como puedan estar las de un seminario o un obispado.

Entró en el comedor, luego en un pequeño pasillo que daba á un patio, subió la escalera que conducía al piso segundo y á la buhardilla; pero al llegar arriba, ya Bozmediano había desaparecido, y sólo pudo ver un bulto que se ocultaba, cerrando vivamente una puerta desconocida. También le pareció ver la figura diabólica del abate en el momento brevísimo en que la puerta estuvo abierta.

Merced a esos procedimientos, se plantan de un salto junto al poder supremo, y son dueños de echar por la ventana la casa de la nación, muchos hombres que, fuera de ella, no tienen una triste buhardilla en qué albergarse, y otros que, teniendo mucho más, necesitan subir a grande altura para conseguir que alguien los contemple y acaso los envidie. Don Simón, como sabemos, era de estos últimos.

¡Mal rayo me parta treinta veces y media, y permita Dios que al primer noroeste que me coja en la mar me coman las merluzas!... ¡Si pa esto nace uno, valiérame más no haber nacío!.... Y comiéndose los labios de coraje, métese el Tuerto en su buhardilla y cierra la puerta del balcón.

¿Pero qué jerga es esa? ¿Qué demonios tiene eso que ver con lo que te pregunto? Usted no cae en la cuenta contestó el socarrón del abate, porque no sabe que esas dos señoras viven en la misma buhardilla en que hace diez años vivió la hija del herrero, Josefita Pandero, de quien anduvo tan enamorado el conde de Valdés de la Plata: es decir, en el número 6 de la calle de Belén.

Y diciendo esto se le representaron en la imaginación figuras y tipos interesantísimos que en novelas había leído. ¿Qué cosa más bonita, más ideal, que aquella joven, olvidada hija de unos duques, que en su pobreza fue modista de fino, hasta que, reconocida por sus padres, pasó de la humildad de la buhardilla al esplendor de un palacio y se casó con el joven Alfredo, Eduardo, Arturo o cosa tal?

La aludida casa está separada de la en que escribo por la calle, que no es muy ancha; y mis vecinos, lo mismo en invierno que en verano, saldan todas sus cuentas y ventilan los asuntos más graves, de balcón á balcón. Por ejemplo: Se acerca un día la hora de comer. En la buhardilla del Tuerto se oyen gritos y porrazos de su mujer, y lloros y disculpas de los chiquillos que los reciben.