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Actualizado: 23 de julio de 2025
Pues yo continuaría desarrollando la acción del modo siguiente prosiguió ella. Veamos: el joven tomó el pajarillo con sus delicados dedos y dándole algunas miguitas de pan, le alimentó varios días, consiguiendo domesticarle á fuerza de paciencia. Verá usted qué raro: le tenía suelto en el cuarto sin que intentara evadirse. Un día le ató un hilito en la pata y le echó á volar; el pájaro fué á posarse al balcón en donde estaba la dama, que le acarició mucho y le obsequió con migajitas de bizcocho mojadas en leche. Volvió después á la buhardilla; el joven le puso un billete atado al cuello, y el ave se lo llevó á la dama. Así se estableció una rápida, apasionada y volátil correspondencia, que duró tres meses. Aquí copiaría yo la correspondencia, que ocuparía medio libro, de lo más delicado y elegante.
La aludida casa está separada de la en que escribo, por la calle, que no es muy ancha; y mis vecinos, lo mismo en invierno que en verano, saldan todas sus cuentas y ventilan los asuntos más graves, de balcón á balcón. Por ejemplo: Se acerca un día la hora de comer. En la buhardilla del Tuerto se oyen gritos y porrazos de su mujer, y lloros y disculpas de los chiquillos que los reciben.
Yo digo la verdá aunque sea delante del mi marido replica la de la buhardilla, mirando de reojo á una esquina de la calle y bajando la voz así que ve al Tuerto. La vieja del segundo clava la última raba, y sin mirar hacia su nuera, vase retirando del balcón, dejando fuera estas palabras: Anda, anda á prepararle la comida, ¡borrachona!
De este matrimonio nació el Tuerto de la buhardilla, quien al lado de su padre aprendió á tirar del remo, á aparejar sereña, á ser, en fin, un buen pescador.
Mario le contempló con la misma estupefacción, pero sin revelar que se hallase poco ni mucho admirado. Y es porque su espíritu aún no se hallaba maduro para las grandes concepciones científicas. Luego su suegro le llevó a la buhardilla, donde él había modelado en otro tiempo, y le mostró un verdadero laboratorio.
Todos nos mirábamos, sorprendidos ante el pintoresco cuadro que en un periquete habia trazado aquel maestro incomparable. «El joven pobre que ha puesto usted en la buhardilla, donde está muy retebién, le figuraría yo un hidalgo de provincias, sin blanca y con malísima estrella.
¿Que no quiero yo á mis hijos!...; ¿que no los quiero! ruge la de la buhardilla, puesta en jarras y echando llamas por los ojos. ¿Quién será capaz de hacerlo bueno? Yo replica con mucha calma la vieja; yo que los he recogido muchas veces en mi casa, porque tú los dejas desnudos y abandonaos en la calle cuando te vas á hacer de las tuyas de taberna en taberna ... ¡borrachona!
Alejo era un joven bastante feo, hijo de honrados padres, chico de estudio, de sanas y muy honestas costumbres, pobre de solemnidad, y bueno como una manzana. Vivía encajonado en su buhardilla, y desde allí contemplaba los gorriones que iban á pararse en la chimenea y los gatos que retozaban por el tejado.
Frascos, retortas, cristales, cacharros grandes y pequeños, se hallaban esparcidos por el suelo y sobre una gran mesa de cocina. Allí era donde don Pantaleón y su amigo Moreno se encerraban para impulsar el progreso de la humanidad. De esta pequeña buhardilla saldrá al fin algo que el mundo acogerá con asombro y aplauso dijo con profética iluminación poniendo una mano sobre el hombro a su yerno.
Pues yo venía á avisárselo á ustedes para que evitaran que otra vez pasara. Es el caso que en la buhardilla de la casa en que yo vivo hay una puertecilla que da á la buhardilla de esta casa. La cara que pusieron las Porreñas no cabe en ninguna descripción.
Palabra del Dia
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