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Actualizado: 23 de julio de 2025
Esta casa, esta honrada casa ... ¿Y cómo existe esa puerta? ¿Cómo es posible...? Existe de muy antiguo, sólo que estaba condenada. Si ustedes quieren verla pueden subir á la buhardilla, y examinando bien, la encontrarán. Pero él, ese monstruo, ¿por dónde pudo llegar? La tal puerta continuó doña Rosalía da al cuarto de unas costureras amigas mías.
Cuando no pellizcaba a las compañeras, les escribía cartitas amorosas poniendo la firma de un hombre, o les mandaba retratos de la hermana que les daba lección, hechos con lápiz. Cuando la dejaba cerrada en la buhardilla, hacía señas y muecas a las oficialas de un taller de modistas que había enfrente.
¡Mal rayo me parta treinta veces y media, y permita Dios que al primer noroeste que me coja en la mar me coman las merluzas!... ¡Si pa esto nace uno, valiérame más no haber nacío!... ¡Perro de mí, que no la hice macizo antes de llegar á perder la pacencia y la salú por la grandísima bribona!... Y comiéndose los labios de coraje, métese el Tuerto en su buhardilla y cierra la puerta del balcón.
La única persona que me interesa en el mundo, está al abrigo de los males que yo sufro, la veo dichosa, sonrosada y risueña. Pero los que no sufren solos, los que oyen el grito desgarrador de sus entrañas repetido por labios amados y suplicantes, los que son esperados en una fría buhardilla por sus mujeres macilentas, y sus hijuelos taciturnos. ¡Pobres gentes!... ¡Oh, santa caridad!
Juan Claudio oía en el techo los pasos de Luisa, que iba de un lado a otro en la buhardilla, y gritó: ¡Luisa, me marcho! ¡Cómo! ¿Se marcha usted hoy también? Sí, hija mía; tengo que salir, mis asuntos no han terminado.
No tengas cuidado; vendrás con nosotros. Luego, al verla subir la escalera y desaparecer en la buhardilla, se dijo: ¡Tiene miedo de quedarse en el nido! Fuera, el silencio era muy profundo. Dieron las once en el reloj de la iglesia. El almadreñero se sentó para quitarse las botas.
Cesó el peligro una vez franqueado el agujero de salida, y faltaba ya tan sólo subir á la última buhardilla de aquella misma casa, que era donde Gilito vivía. Todo era entrada en aquella miserable habitación abierta á todos los vientos, y los ratones la invadieron por rendijas, grietas y agujeros, como se invade una ciudad ya desmantelada.
En el de la otra buhardilla le esperaba la mujer del Tuerto, con los párpados hechos ascuas, las greñas sobre los ojos, la cara embadurnada con la pringue de las manos disuelta en lágrimas, en mangas de camisa, desceñido el refajo y medio descubierto el enjuto seno.
En la otra buhardilla habita solo otro marinero, sesentón, de complexión hercúlea, y un tanto encorvado por los años y las borrascas del mar. Usa un gorro colorado en la cabeza y un vestido casi igual al de su vecino el Tuerto. Tiene las greñas, las patillas y las cejas canas. No sé de cierto cómo tiene la cara, porque es hombre que la da raras veces, y no he podido vérsela á mi gusto.
Tenía, además, otra particularidad: recibía toda su correspondencia en la redacción; no se pudo averiguar dónde vivía; se llegó a sospechar que tenía en una buhardilla una mala cama, un gran lavabo con muchos frascos, tintes, pomadas o cosméticos, y una percha cargada de ropa; pero nadie logró poner en claro la verdad.
Palabra del Dia
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