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Don Joselito, maestro de primeras letras, verboso y entusiasta, que presidía el comité del distrito, era un joven de origen israelita que llevaba a la lucha política el ardor de los Macabeos y estaba satisfecho de su morena fealdad picada de viruelas, porque le daba cierta semejanza con Dantón. El Nacional oíale siempre con la boca abierta.

En esta cartera guardaba las actas de las tres sesiones que había celebrado el Comité de recibimiento del Hombre-Montaña, así como los presupuestos de gastos, presentes y futuros, para la manutención de tan costoso huésped. Además llevaba una traducción, en idioma del país, que había hecho de los versos escritos por el Gentleman-Montaña en su cuaderno de notas.

El espada podía conseguir esto valiéndose de sus amistades con los personajes; pero él sentía ciertos escrúpulos para admitirlo. Ya ve usté, señá Angustias: eso del estanco es cosa del gobierno, y yo tengo mis prinsipios; yo soy federal: estoy en el censo del partío; soy del comité. ¿Qué dirían los de la idea?... La vieja indignábase con estos escrúpulos.

Aquel hombre siniestro se encontró sorprendido ante la presencia y la serenidad de Zalacaín y de Bautista, y sin mirarles les preguntó: ¿Sois vascongados? dijo Martín avanzando. ¿Qué hacíais? Contrabando de armas. ¿Para quién? Para los carlistas. ¿Con qué comité os entendíais? Con Bayona. ¿Qué fusiles habéis traído? Berdan y Chassepot. ¿Es verdad que tenéis armas escondidas cerca de Urdax?

Por discusiones de comité se había batido en París con un «camarada» obrero. Apenas cruzaron los sables, el trabajador recibió un corte en la cabeza. Es justo dijo el herido limpiándose la sangre . El marqués, que ha podido aprender el manejo de las armas, debe pegarle al hijo del pueblo.

Digo, ¡me paece!... Yo soy del comité de mi partido: eso es... ¿Que soy torero? Ya que es un ofisio bajo y reasionario, pero eso no quita que tenga mis ideas. Insistía en lo de la reacción, sin hacer caso de las burlas de don José, pues él, aun respetando mucho a éste, sólo hablaba para el doctor Ruiz.

Tampoco Julián bajaba sino rara vez a las asambleas, y en ellas apenas descosía los labios, mereciendo por esto que el cura de Ulloa se ratificase en su opinión de que los capellanes atildados no sirven para nada de provecho. No obstante, apenas averiguó el comité que Julián tenía bonita letra cursiva, y ortografía asaz correcta, se echó mano de él para misivas de compromiso.

El Comité aguardaba tranquilamente en medio de la calle, armado de los famosos «rayos negros». Le bastó proyectarlos, para que una mitad de las tropas huyesen á la desbandada y la otra mitad quedase tendida en el suelo. Los soldados vieron cómo sus fusiles estallaban entre sus manos antes de disparar y cómo se inflamaban las cápsulas en sus cartucheras, acribillándolos de heridas mortales.

Las prudentes, las contemporizadoras, las amigas del hombre, acudieron llorosas al Comité para suplicarle que no insistiese en su lucha contra los tiranos masculinos. Debo añadir que estas conservadoras, faltas de carácter y de dignidad sexual, eran en aquellos momentos la mayoría del país.

Los mismos tertulios procuraban cerrar las puertas, porque se daban tono así, y además no les convenían testigos. «Estaban mejor en petit comité». El espíritu de tolerancia de la Marquesa había contagiado a sus amigos. Nadie espiaba a nadie. Cada cual a su asunto.