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Los temperamentos como el tuyo necesitan reponer la grasa. Cecilia contestaba sonriendo, con medias palabras, dirigiendo vivas ojeadas de respeto al Duque. Este, que había advertido su plática, por dos veces levantó los párpados para mirarles de aquel modo frío, distraído, que por no expresar nada, ni desdén siquiera, era el colmo del orgullo.

Los de la Ribera de Curtidores miran a los de aquí como puedan mirarles a ellos los comerciantes de la Puerta del Sol.

Sus rodillas estaban en contacto. Tomaba una de sus manos, acariciándola, introduciendo un dedo por la abertura del guante. ¡Aquel maldito jardín, que no permitía mayores intimidades y les obligaba á hablar en voz baja después de tres meses de ausencia!... A pesar de su discreción, el señor que leía el periódico levantó la cabeza para mirarles irritado por encima de sus gafas, como si una mosca le distrajera con sus zumbidos... ¡Venir á hablar tonterías de amor en un jardín público, cuando toda Europa estaba amenazada de una catástrofe!

Cuando jadeantes como perros llegaron al portón del corral, la mujer que allí estaba partiendo leña, con solo mirarles al rostro, adivinó lo que les había pasado. No salió fallida la esperanza de Pateta. Un instante después él y su compañero estaban ocultos en el anchuroso pajar, lleno de liazas, aperos de labranza y montoncillos de semillas, que ocupaba toda la parte alta de la casa.

Aquel hombre siniestro se encontró sorprendido ante la presencia y la serenidad de Zalacaín y de Bautista, y sin mirarles les preguntó: ¿Sois vascongados? dijo Martín avanzando. ¿Qué hacíais? Contrabando de armas. ¿Para quién? Para los carlistas. ¿Con qué comité os entendíais? Con Bayona. ¿Qué fusiles habéis traído? Berdan y Chassepot. ¿Es verdad que tenéis armas escondidas cerca de Urdax?

A pesar de su silencio, lleno de principesca dignidad, el odioso enano se explayó: Tu mala costumbre, Cristela, consiste en no contentarte con mirar el rostro de la gente, y mirarles también el alma. ¡Nunca mayor imprudencia! El rostro es, generalmente, la máscara del alma. Los rostros suelen ser agradables o interesantes; las almas son casi todas desagradables y vulgares.

Muchos que estaban próximos á morir temblaban ante la idea de perder su libertad. La venganza balkánica es algo más temible que la muerte. ¡Hermano!... ¡hermano!... El capitán, adivinando los deseos ocultos en estas súplicas, evitaba el mirarles. ¿Lo queréis? preguntó varias veces. Todos movieron la cabeza afirmativamente.

Cuando llegó al sitio designado, dirigió un frío saludo ceremonioso al grupo de Gonzalo y sus padrinos, y no volvió a mirarles. Después de conferenciar unos instantes, Peña colocó en su sitio a Gonzalo y le entregó una pistola cargada. Soldevilla hizo lo mismo con el Duque. Ambos se habían quitado el sombrero.