United States or Kazakhstan ? Vote for the TOP Country of the Week !


Huérfano desde temprana edad, fue educado por su única hermana, Eusebia, quien, por los muchos años que le llevaba, podía ser su madre, y de madre hizo. Desmedrado, rubio, paliducho, con incurable aspecto de niño, de facciones finas, de ojos dulces y claros y porte de principesca mansedumbre, contrastaba el joven con la igualmente interesante figura de su hermana.

Si la princesa alababa las magnificencias de su palacio, la criolla hacía alusión inmediatamente al elegante hotel particular comprado por ella en los Campos Elíseos. La llegada del coronel Toledo, héroe decorativo que volvía á dar á la vivienda principesca un prestigio militar, no intimidó á doña Mercedes.

Y no porque Octaviano fuese negro, sino por la singularidad de ciertos indelebles adornos que le distinguían, y que sin duda le hicieron y trajo de su país como señales de su categoría principesca.

A pesar de su silencio, lleno de principesca dignidad, el odioso enano se explayó: Tu mala costumbre, Cristela, consiste en no contentarte con mirar el rostro de la gente, y mirarles también el alma. ¡Nunca mayor imprudencia! El rostro es, generalmente, la máscara del alma. Los rostros suelen ser agradables o interesantes; las almas son casi todas desagradables y vulgares.

Los hijos de Watson y de Celinda serían archimillonarios, no conociendo nunca la esclavitud del trabajo ni las angustias de la escasez de dinero, y al ser hombres vendrían á derrochar en París una parte de su herencia principesca, llamando la atención por sus despilfarros y sus brillantes cualidades de seres ociosos é inútiles.

Pic mide medio centímetro; tiene también negros los palpos, y el cuerpo es a rayas pardas y blancas, que le cogen de arriba abajo, como esos bellos trajes del Renacimiento italiano. Es, indudablemente, Pic un niño de estirpe principesca.

Lo demás, trípticos y tablas, espadas y armaduras de los Torreroel de la Reconquista, las riquezas exóticas traídas de las Indias por los virreyes, y los regalos que varios monarcas de Europa habían hecho a sus abuelos, embajadores que dejaron en las cortes más famosas el recuerdo de su fastuosidad principesca, todo había ido desapareciendo después de noches terribles en que la fortuna le volvía la espalda en la mesa de juego, consolándose de su desgracia con juergas estruendosas, de las que hablaba Jerez durante mucho tiempo.