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Actualizado: 12 de mayo de 2025


El Comité triunfador hizo bien en no oirías. Las revoluciones no se miden por los dolores que originan, sino por los nuevos beneficios que aportan al bienestar y la libertad de los humanos. No quiero entrar en los detalles de la Verdadera Revolución, pues esto alargaría mucho mis explicaciones.

De la impasibilidad con que la arrostró, de cuán sereno estaba, de cómo se negó a declarar cosa alguna, de cuán legales eran las disposiciones del comité, de todo se trató debidamente en el pregón de Red-Dog, con el aditamento de una amonestación moral a modo de lección para todos los futuros malhechores, y ya que el editor estaba presente, a su vigoroso inglés remito de buena gana al que me lee.

Las lágrimas no acudían a sus ojos tan fácilmente como en los pasados y poéticos días, pero cuando las vertía era con el corazón lacerado. Volvió en al anuncio de la visita de un vestryman, del comité de música. Entonces enjugó sus largas pestañas, atose al cuello una cinta nueva, y bajó al salón.

Reunido el Comité encargado de la admisión y revisión de obras, el diálogo de Rostand, á pesar de los esfuerzos de Féraudy, que lo leyó magistralmente, fué rechazado por unanimidad. Aquel mismo día había muerto Banville, y el recuerdo de sus «Pierrots» emborronaba sin duda, el mérito de los de Rostand.

El banderillero había permanecido hasta pasado mediodía con los compañeros de comité «trabajando por la idea». ¡Maldita corrida, que venía a interrumpir sus funciones de buen ciudadano, impidiendo que llevase a las urnas a unos cuantos amigos que se quedaban sin votar si él no iba por ellos!

Al lado de Marta cierto joven ingeniero que acababa de llegar de Madrid convertía en un edén con su charla insinuante y graciosa la tertulia que se había formado para escucharle. Era una tertulia o petit comité, como lo llamaba el ingeniero, compuesta exclusivamente de damas, donde el núcleo estaba constituido por tres señoritas de Ciudad.

Esta señora visitó a varios de los feligreses y a la familia del doctor Cope, lo cual dio por resultado que una junta posterior del comité musical decidiese que la voz de la contralto no era adecuada a la capacidad del edificio y fue invitada a presentar su dimisión, lo cual no tardó en hacer.

Hábilmente interrogado por los curiosos, dijo que había ido allí por el cuerpo del difunto, si no lo tenía a mal el comité; que no quería apresurar las cosas, podía esperar, pues aquel día no trabajaba, y cuando los señores hubiesen concluido con el difunto, se haría cargo de él. Además añadió sencilla y gravemente, si alguno de los presentes gusta tomar parte en el entierro, puede asistir.

Los que administraban sus bienes allá habían sido asesinados. El palacio Lubimoff servía de residencia á un comité bolchevique. Sus minas eran propiedad nacional, aunque nadie las trabajaba; sus tierras estaban repartidas; varios personajes obscuros, antiguos ropavejeros y comerciantes de líquidos alcohólicos, se habían hecho dueños de sus casas, no sabía cómo.

Al enumerar el considerable personal instalado en la Galería de la Industria para la vigilancia y manutención del Hombre-Montaña, aludió al Comité encargado de dirigir este servicio costoso y á su presidente Flimnap. Pero ahora no le llamó pedante, sino digno profesor y notable sabio, que merecía ser empleado en servicios más útiles á la patria. Después abrió una cartera llena de papeles.

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