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Poco después de amanecer ya estaba en pie el buen profesor, conferenciando con todos sus compañeros del Comité de recibimiento del Hombre-Montaña.

Alegre y confiado, Rostand empezó su tarea por acostumbrarse á leer más de prisa, suprimió las acotaciones, abrevió las explicaciones concernientes á la «mise en scène», pero no sacrificó ni un solo verso. Reunido nuevamente el Comité, Mounet-Sully sacó su reloj, del que ni un instante apartó los ojos. Esta vez la lectura de «Les Romanesques» duró una hora justa; la obra fué admitida.

Los hombres graves eran buscados por el mayordomo, que a fuerza de invitaciones y ruegos conseguía meterlos en el fumadero. Se iba a formar allí por aclamación el comité organizador de las fiestas con que se celebraría el paso de la línea equinoccial. Terminó el concierto, retirándose los músicos con atriles e instrumentos, y entonces fue cuando Maltrana hizo su aparición.

Así le podría ver todo el vecindario mientras marchaba á la peregrinación nacional. Cuando la muchedumbre se hubiese alejado, el gigante podría entrar por las calles casi desiertas, sin riesgo de aplastar á los transeuntes. Así fué. El día señalado, Gillespie, siguiendo á una máquina terrestre montada por su traductora y varios individuos de su Comité, llegó al citado lugar.

Así lo disen papeles que vienen de Madrí... Pero los correligionarios me apresian, y el comité, después de una prédica que sortó don Joselito, ha acordao que siga en el censo del partío.

Estos personajes, en el primer instante, habían sentido indignación viendo entrar en el patio á la tal máquina. Consideraron esto como una torpeza del Comité de recibimiento del Hombre-Montaña, que casi equivalía á un delito contra la seguridad del Estado.

De todas maneras, figurándose con la abundante y poética fantasía que Dios le había dado, los rigodones en que había lucido garbo y talle, solía, en petit comité según decía terciar el manteo, colocar la teja debajo del brazo, levantar un poco la sotana y bailar unos solos muy pespunteados y conceptuosos, llenos de piruetas, genuflexiones y hasta trenzados.

Gracias á los «rayos negros», en unas cuantas horas se cambió el orden de la vida, y el Comité vencedor se instaló en el antiguo palacio imperial, decretando que había muerto para siempre el gobierno de los varones. Mentiría si le dijese que este movimiento feminista fué unánime.

Me dirigí a Villa, a quien había oído decir que tenía un tío en Cádiz, presidente del comité carlista. En cuanto le manifesté mi plan, se apresuró con júbilo a secundarlo. Escribiole a su tío pidiéndole una carta de recomendación para D. Oscar, destinada a un oficial carlista amigo suyo, y no se hizo esperar.

Así fué; al mes siguiente, Edmundo Rostand, que trabaja muy de prisa, cumplía lo ofrecido, entregando á Claretie el manuscrito de «Les Romanesques». El poeta leyó su obra ante el Comité; la lectura duró una hora y quince minutos. Transcurrieron varios días sin que el fallo de aquél se conociese; molestado en su amor propio, Rostand reclamó de Claretie una contestación categórica.