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La poesía en verso y por todo lo alto está en general harto desacreditada y a pesar de Quintana, Gallego, Duque de Rivas, Espronceda, Zorrilla, Campoamor, Núñez de Arce y bastantes otros que viven o han vivido en el siglo que está terminando, se nos anuncia fatídicamente que va a desaparecer la forma poética. Y no se crea que lo escrito en prosa ha conquistado todo el favor y está muy boyante.

Unas veces se presenta con un escepticismo risueño y paradójico que parece decir a los lectores: «Yo no creo en nada, ni en Dios, ni en los hombres, ni en la madre que me parió, pero me gusta aprovecharme de las cosas buenas que en el mundo nos encontramos, como el amor, los buenos vinos, los paisajes bonitos, etcétera, etc., y vamos viviendoSu maestro es Campoamor, a quien imita no tan sólo en el pensamiento sino en la frase, expresando las ideas elevadas y abstrusas en forma llana y corriente, y así como el ilustre poeta, también él desciende a los pormenores vulgares de la existencia y se complace en describir lo pequeño e insignificante.

Cursó la carrera de ingeniero industrial, y para perfeccionar sus estudios viajó por Europa, Años residió en Barcelona. Son sus pasiones, además de la matemática, el ajedrez y la música. Fué general de ingenieros con el ejército revolucionario. Sus poetas dilectos son Campoamor y Villaespesa. Mora en Manila actualmente, siendo profesor de guitarra del Conservatorio.

Emilio Zola sostiene que los poetas líricos de ahora son pajaritos que cantan en el árbol de Víctor Hugo. Es la pura verdad. Carduci, Núñez de Arce, Copee, Sully Prudhome, Campoamor y otros pocos no hacen más que glosar con dulzura el canto sublime del titán del siglo XIX, reflejar la luz gloriosa del astro que se está acostando entre vivas y esplendorosas llamaradas.

Rosell, el docto Rosell, cuya prosa sólo puede rivalizar con sus versos; Escosura, siempre elocuente en sus escritos, siempre chistoso en su conversacion, siempre benévolo con la juventud de que eternamente formará parte; Arteche, el severo, inimitable historiador de la Guerra de la Independencia, el narrador ameno de la vida de Un soldado español de veinte siglos; Valera, el naturalmente correcto autor de Pepita Gimenez; Campoamor, el que hasta nombre ha tenido que inventar para su poesía, tan singular y extraña como avasalladora del ánimo y de la atencion; Oliván, el hablista rival de Cervantes y de Moratin, el que posee en su pluma una varita mágica que hace brotar poéticas flores sobre los problemas económicos y sobre las leyes agrícolas; Balart, el ingenioso crítico que vuelve sobre su olvidada pluma para terror de los poetas chirles, para regocijo de los que arrancan un elogio á su censura severa y sana; Canalejas, el ameno preceptista; Selgas, el incansable rebuscador de retruécanos y paradojas, el terrible censor de las modernas costumbres; Nuñez de Arce, el viril cantor de las angustias de la patria; Silvela, el fino y cáustico Velisla; Frontaura, el ingeniosísimo retratista del pueblo; Luis Guerra, el biógrafo, el vengador del autor insigne de La verdad sospechosa; Castro y Serrano, el que fué á Suez sin moverse de Madrid, el que escribió las Cartas trascendentales, y La Capitana Coock y Las Estanqueras; Alarcon, el Testigo de la guerra de África, el viajero De Madrid á Nápoles... Mil más que convierten el grupo de los escritores que tienen ya basada en sólido cimiento su reputacion, en un inmenso océano de cabezas.

Y, dentro de poco, en vez de pesetas, los hombres utilizarán para sus transacciones patatas, chorizos, rodajas de salchichón y cigarrillos de cincuenta. En cierta avenida del Retiro hay un grupo escultórico dedicado a D. Ramón de Campoamor. El público, generalmente, lo contempla con admiración, y esto es muy lógico. ¿Para qué son los monumentos más que para admirarlos?

Si la escultura representa la eternidad, puede decirse que D. Ramón de Campoamor ha entrado en ella como si no fuera a permanecer más que unos breves instantes. Ha entrado de paso en la eternidad, con unas botas de cartera, y ha dejado al alcance de la mano, para cuando llegue el momento de retirarse, su chistera de mármol y sus guantes del mismo material.