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En cuanto a lenguaje, revisó esta última edición el hablista habanero Mantilla , hallando poco que corregir de los anteriores, y, según dijo, llamándole la atención la ocurrencia frecuente de locuciones anticuadas, pero castizas, que atribuía a mucha lectura de autores castellanos antiguos.

La corrección de pruebas de mis Viajes la hizo don Juan M. Gutiérrez, de la Academia de la Lengua; y don Andrés Bello, igualmente académico, que gustaba mucho de Recuerdos de provincia como lenguaje y como recuerdos de costumbres americanas, rechazaba por infundadas muchas de las correcciones de Villergas que la echaba de hablista y que encontró en la Habana a quien parler en achaque de lengua castellana; pues es hoy un hecho conquistado que los mejores hablistas modernos son americanos, hecho reconocido por la Academia misma, acaso porque necesitan más estudios de la lengua los que viven fuera del centro que la vivifica, y están más influídos por los elementos extranjeros y extraños a su origen, que tienden a incorporársele.

Escribo sin buscar otra ventura, sin anhelar más precio á mis canciones que desahogar un poco mi amargura. No busques pues, lector, en al poeta ni al hablista galano, ni al pensador severo: Dios me negó favor tan soberano y yo que fiel su voluntad venero, á mi modesta inspiracion me allano. Dotes tan altas, ni fingirlas puede el mortal á quien

Rosell, el docto Rosell, cuya prosa sólo puede rivalizar con sus versos; Escosura, siempre elocuente en sus escritos, siempre chistoso en su conversacion, siempre benévolo con la juventud de que eternamente formará parte; Arteche, el severo, inimitable historiador de la Guerra de la Independencia, el narrador ameno de la vida de Un soldado español de veinte siglos; Valera, el naturalmente correcto autor de Pepita Gimenez; Campoamor, el que hasta nombre ha tenido que inventar para su poesía, tan singular y extraña como avasalladora del ánimo y de la atencion; Oliván, el hablista rival de Cervantes y de Moratin, el que posee en su pluma una varita mágica que hace brotar poéticas flores sobre los problemas económicos y sobre las leyes agrícolas; Balart, el ingenioso crítico que vuelve sobre su olvidada pluma para terror de los poetas chirles, para regocijo de los que arrancan un elogio á su censura severa y sana; Canalejas, el ameno preceptista; Selgas, el incansable rebuscador de retruécanos y paradojas, el terrible censor de las modernas costumbres; Nuñez de Arce, el viril cantor de las angustias de la patria; Silvela, el fino y cáustico Velisla; Frontaura, el ingeniosísimo retratista del pueblo; Luis Guerra, el biógrafo, el vengador del autor insigne de La verdad sospechosa; Castro y Serrano, el que fué á Suez sin moverse de Madrid, el que escribió las Cartas trascendentales, y La Capitana Coock y Las Estanqueras; Alarcon, el Testigo de la guerra de África, el viajero De Madrid á Nápoles... Mil más que convierten el grupo de los escritores que tienen ya basada en sólido cimiento su reputacion, en un inmenso océano de cabezas.