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No se ha podido averiguar todavía si esta misma familia de Alarcón, que pasó á América, formaba parte de la casa noble del mismo nombre, sobre cuya genealogía hay una obra escrita por el marqués de Trocifal; pero es lo cierto que nada se dice en ella de nuestro poeta . De los registros de la Inquisición aparece que Alarcón residía en España en el año de 1622 . En el de 1628 se publicó el primer volumen de sus comedias , titulándose el autor Relator del Real Consejo de Indias.

Estos mismos escotillones servían también, á veces, en otras piezas para distintos usos, como sucedía en la comedia de Tirso, titulada Por el sótano y el torno; en El Tejedor de Segovia, de Alarcón, y en El Galán fantasma, de Calderón, en las cuales figuran salidas de subterráneos.

2 San Isidro Labrador de Madrid, de Lope de Vega Carpio. 3 El sitio de Breda, de D. Pedro Calderón. 4 Los empeños de un engaño, de D. Juan de Alarcón. 5 El mejor tutor es Dios, de Luis de Belmonte. 6 El palacio confuso, del Dr. Mira de Mescua. 7 Victoria por el amor, del alférez Jacinto Cordero. 8 La victoria de Norlingen, de D. Alonso del Castillo Solórzano.

Ninguno de los dramas de Alarcón deja de sobresalir por sus bellezas particulares; sin embargo, descuellan entre todos aquéllos que pueden llamarse heróicos, y cuyo argumento se funda en la historia ó en la tradición nacional. El carácter romántico peculiar que imprimía su sello en la vida de España en esa época, aparece en sus obras con más plenitud y con mayor fuerza que en ninguna otra.

D. Nicolás Antonio, que por otra parte hace mención de él con singular aprecio, no indica ni aun con seguridad el lugar de su nacimiento . Pero acerca de este punto existe, sin embargo, una antigua crónica que aclara nuestras dudas . Juan Ruiz de Alarcón y Mendoza, pues, si nos atemos á sus datos, nació en Tasco, en Méjico, y descendía de una familia oriunda del lugar de Alarcón, en el obispado de Cuenca.

Y, en efecto, con el auxilio del espíritu de las tinieblas, consigue anular los anteriores esponsales; pero al darle su amada la mano junto al altar, se presentan dos familiares de la Inquisición, y lo condenan por su alianza con el demonio. En El dueño de las estrellas y La amistad castigada, recurre Alarcón, en sus invenciones, á la antigüedad griega.

El efecto de esta comedia debió ser extraordinario al representarse, porque no sólo interesa y conmueve el corazón, sino que estimula también á las acciones magnánimas. Aunque parezca una aserción algo temeraria, diremos, no obstante, que Alarcón es, entre todos los dramáticos españoles, el que más sobresale por la pureza y energía de los afectos.

=GIMENEZ Y HURTADO.= Cuentos españoles contenidos en las producciones dramáticas de Calderón de la Barca, Tirso de Molina, Alarcón y Moreto, con notas y biografías, 1881; un tomo en 8.º, 2,50 pesetas. La sal de María Santísima.

Quien más gozaba con aquella propaganda de infamia, después de Glocester que la creía obra suya exclusivamente, era don Álvaro Mesía. Ya aborrecía de muerte al Magistral. «Era el primer hombre ¡y con faldas! que le ponía el pie delante: ¡el primer rival que le disputaba una presa, y con trazas de llevársela!». «Tal vez se la había llevado ya. Tal vez la fina y corrosiva labor del confesonario había podido más que su sistema prudente, que aquel sitio de meses y meses, al fin del cual el arte decía que estaba la rendición de la más robusta fortaleza. Yo pongo el cerco, pero ¿quién sabe si él ha entrado por la mina?». El dandy vetustense sudaba de congoja recordando lo mucho que había padecido bajo el poder de don Víctor Quintanar, que según su cuenta, en pocos meses de íntima amistad le había declamado todo el teatro de Calderón, Lope, Tirso, Rojas, Moreto y Alarcón. Y todo, ¿para qué? «Para que el diablo haga a esa señora caer en cama, tomarle miedo a la muerte, y de amable, sensible y condescendiente (que era el primer paso), convertirse en arisca, timorata, mística... pero mística de verdad. ¿Y quién se la había puesto así? El Magistral, ¿qué duda cabía? Cuando él comenzaba a preparar la escena de la declaración, a la que había de seguir de cerca la del ataque personal, cuando la próxima primavera prometía eficaz ayuda... se encuentra con que la señora tiene fiebre». «La señora no recibe», y estuvo sin verla quince días. Se le permitía llegar al gabinete, preguntarle cómo estaba... pero no entrar en la alcoba.

Saber del mal y del bien. Más sencilla en su traza, y de un fondo menos rico que la mayor parte de las obras de nuestro poeta, sobresale ésta, sin embargo, por su pintura de afectos. La noble y firme amistad de los magnánimos Don Pedro y Don Alvaro nos recuerda la excelente comedia de Alarcón, titulada Ganar amigos.