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La comida era para ella un tormento, y el desfile de los bocks en el fumadero un suplicio tantalesco.

Apenas nos quedamos solos... batalla. Unos increparon a otros por haber sido demasiado audaces, haciéndolos responsables del susto y los aleteos de las dos palomas inocentes. De pronto, un puñetazo... y el fumadero fue la venta del Don Quijote. Todos sentían la necesidad de pegar sin saber a quién: dos hermanos se aporrearon sin conocerse; los bocks y las copas iban por el aire.

Hacía memoria, igualmente, de todas las fiestas á que había asistido pasando con indiferencia ante una gran mesa llena de jarros y botellas... Y yo me decía, perturbado por la fiebre, sin dejar de marchar: «Si entonces hubieses tomado todos los bocks de cerveza, todos los refrescos gaseosos, todos los helados que te ofrecieron y despreciaste, tendrías ahora en tu cuerpo una reserva líquida importante, pudiendo resistir mejor la sed.» Y este cálculo absurdo me atormentaba como un remordimiento, hasta el punto de sentir deseos de abofetearme por mi torpeza.

En las inmediaciones del fumadero, Mina lo presentó a su esposo, aprovechando una rápida salida de éste, que iba a su camarote en busca de tabaco, abandonando a los compañeros y las altas columnas de redondeles de fieltro que denunciaban los bocks consumidos. El músico se mostró cortés y respetuoso. Era un honor para él estrechar la mano de tan gran poeta.

Hace rato que lo sabría usted si me hubiese dejado hablar... Es la mujer del director de orquesta de la compañía de opereta: un rubio de cara granujienta, que se pasa día y noche en el café tomando bocks con los de su tropa. Buen colador; hay veces que los redondeles de fieltro se amontonan en su mesa como una columna... Y cuando no toma cerveza, admite whisky o lo que caiga.

En éstas, muchos ruedos de fieltro, indicadores de los bocks consumidos, y grandes fosforeras con receptáculos de níquel llenos de colillas de cigarro. Los ventiladores zumbaban a todas horas, limpiando el ambiente de humo. El piso de mosaico ofrecía una nitidez propicia al resbalón.

Su compañera se mantenía al lado suyo gran parte de la velada, presenciando el ir y venir de los camareros cargados de bocks, sin atreverse á intervenir en este consumo enorme de cerveza. Su preocupación era guardar un asiento vacío junto á ella para que lo ocupase Desnoyers. Le tenía por el hombre más «distinguido» de á bordo porque tomaba champañ en todas las comidas.

Le pagaba los bocks, le había regalado varias corbatas, se sentaba a su lado, fijando en su rostro de morena fealdad unas pupilas glaucas iluminadas por extraño fuego. Iba completamente afeitado.

En la cervecería donde comían las más de las noches, falso salón medioeval, con vigas de artesonado hechas á máquina, paredes de yeso imitando el roble y vidrieras neogóticas, el dueño mostraba como gran curiosidad un jarro de figurillas grotescas entre los bocks de porcelana que adornaban las repisas del zócalo. Ferragut lo reconoció inmediatamente: era un jarro antiguo peruano.