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Había pensado saludar á ustedes á su paso por la villa, pero tuve la mala fortuna de llegar á la plaza precisamente en el momento de arrancar el carruaje que estaba detenido frente á la tienda de D. Marcelino. Al pronunciar estas palabras sonrió con beatitud, y los condes siguieron su ejemplo. No por ser lejanas dejan de ser bonitas.

Luminosa beatitud comenzaba a bañarla el semblante. Su palidez sobrepujó las alburas del mundo, el azahar, los lirios, la nieve. Ramiro recordó la descripción de los arrobos de la madre Teresa de Jesús y de otras siervas admirables del Señor, y acordose también de su propia madre, cuando, después de larga plegaria en el oratorio, se desplomaba de súbito, como herida de dulcísima muerte.

La negra cabellera quedaba teñida de azul profundo mientras el óvalo adorable de su rostro y el cuello firme y mórbido se coloreaban levemente por un azul celeste. La línea delicada y correcta de sus facciones adquiría perfección ideal, y todo su semblante se transfiguraba con una expresión angélica de beatitud.

Una mañana, hallábame aún en mi lecho, semidormida, morrongueando con beatitud, abriendo de cuando en cuando un ojo, para contemplar mi cuarto alegre y confortable, mis hombrecillos de terracota y los árboles que veía por la ventana abierta, cuando entró Blanca, de bata, cabellos sueltos y cara preocupada.

El Azul de la Virgen mostrábase indignado por este incidente que turbaba la calma del claustro y la beatitud de sus digestiones de servidor de la iglesia feliz y bien cebado. Era una vergüenza que aquel zapaterín se hubiese aposentado en las Claverías con su pobreza y todo el rebaño de hijos tiñosos y miserables.

Si a fuerza de devoción y reconcentración, y gracias también al rigor de mi prudente autoridad has logrado elevar tu alma a cierto grado de beatitud, concedido a pocos, no te achiques empeñándote en disculpar a los demás. La perfecta virtud anda muy escasa por el mundo.

Poca cosa, Excelso Padre Santo... Venía a suplicarle... Y a propósito, ¿conserva todavía Su Beatitud aquella mula? ¿Y está buena?... ¡Ah! ¡Cuánto me alegro!... Pues bien, venía a solicitar la plaza del archipámpano de Sevilla, quien acaba de morir. ¡Archipámpano de Sevilla !... Pero si eres muy joven. Pues, ¿cuántos años tienes?

Veinte años y dos meses, ilustre Pontífice; cinco años justos más que la mula de Su Santidad... ¡Ah, bendita de Dios la valiente bestia!... ¡Si supiese Su Beatitud cuánto amaba yo a aquella mula! ¡Y con qué sentimiento me acordaba de ella en Italia!... ¿Me permitirá Su Santidad que la visite? , hijo mío, la visitarás dijo el bueno del Papa, emocionado.

El conde de Sorege, que estaba fumando con beatitud sentado en un sillón, sin que pareciese prestar atención á lo que se hablaba, se levantó y se aproximó al grupo del que Harvey era el centro. El ganadero, interesado por la noticia de Marenval, preguntó: ¿Y dónde irán ustedes, si no es indiscreción? Marenval permaneció mudo y Tragomer se encargó de las explicaciones.

A ruegos de Losada, nos enseñó todas las curiosidades artísticas que embellecen su mansión, así como el preciosísimo oratorio en que dice Misa los días que sus achaques ó la inclemencia del tiempo le impiden salir. ¡Qué silencio, qué paz, qué beatitud en aquella morada! Y ¡qué deliciosas vistas las de las habitaciones que ocupa el Dignidad!